Apres-coup_Nº6_articulo_2
La espiral y el diedro. Abrochamientos entre el trabajo de la teorética y de la clínica*
Francisco Reiter
El siguiente documento posee un impulso, una motivación, si se quiere, y una orientación específica. El motivo está en estrecha relación con la deuda que mi actividad en el mundo del psicoanálisis tiene con el pensamiento de Jean Laplanche, lo que se traduce, en última instancia, en un sentimiento de gratitud con él por lo que su trabajo, sus ideas, su rigurosidad y su manera de hacer pensar -a sí mismo, al otro- han obrado en mí. La orientación, por otro lado, se la aporta la pregunta con que comenzó la difusión del presente coloquio unos meses atrás: ¿por qué Laplanche? Aun cuando en términos personales ella podría responderse apelando a lo que ya he dicho acerca de mi motivación para leerles hoy esto -v. gr., que me ha permitido interesarme por algunas cosas del mundo y me ha permitido ganarme la vida-, es evidente que no se trata de una pregunta que debiera responderse -no únicamente, al menos- a título personal, desde el centro de uno mismo, si se me permite ironizar con esa idea tan criticada por Laplanche. Evidentemente, también, es una pregunta apta para contestarse desde una serie de lugares posibles. Por hoy, y en lo que a este espacio concierne, diré: es posible hallar en el pensamiento de Laplanche, y en su modo de trabajar la refundamentación del edificio psicoanalítico, modelos de exigencia que nos permitan emprender las labores teorética y práctica de modo que nos situemos a la altura de la especificidad del campo psicoanalítico: aquel del aparato psíquico sexual.
Hoy me propongo hacer algunos señalamientos sobre cómo dos de los modelos visuales con los que trabajó Jean Laplanche a lo largo de sus años de enseñanza exceden la función meramente representativa o alegórica y posibilitan orientar el trabajo en el ámbito de la teorética y de la práctica, en un contexto actual (aunque no tan reciente) del psicoanálisis en que ambas parecen estar en crisis.
Teorética y práctica
Habiendo hecho llegar al equipo organizador del Coloquio el título de mi presentación, consideré que quizá lo más indicado hubiese sido emplear la palabra “práctica” en lugar de “clínica”. Cuando utilicé “clínica” quise señalar un ámbito particular de la práctica psicoanalítica (que trasciende, como veremos, las paredes de la cura analítica en sentido estricto), pero luego eso trajo la complicación de que, de hecho, Laplanche prescinde activamente de la oposición teoría/clínica en favor de aquella entre teorética y práctica. De modo que estoy parcialmente arrepentido del título que propuse, lo que no deja de ser tranquilizador por cuanto al menos el arrepentimiento no es total. Para entender el sentido de esta cavilación debemos retomar, brevemente, el empleo del término “teorética” -en lugar de simplemente “teoría”- por parte de Laplanche. Entonces, un pequeño paseo por este asunto nos resulta necesario si acaso queremos entender qué estamos abrochando con esas figuraciones que Laplanche lleva a cabo en sus esquemas visuales.
Para Laplanche el psicoanálisis es “un conocimiento: en este sentido es una teorética (más que una teoría); pero es también cierta práctica, cierta transformación del hombre” (Laplanche, 1987b, p.62). De modo que el psicoanálisis no es sólo una teoría, sino que es un campo concerniente al ámbito de la teoría, a la vez que se propone operar ciertas acciones con algún grado de eficacia en las cosas del ser humano. Y continúa:
Ven ustedes que, cuando opongo y conjugo teorética, por un lado, y práctica, por el otro, establezco una distinción muy diferente de la habitual […] entre teoría y clínica, de las que aquella estaría constituida por la abstracción, las ideas, los conceptos, y esta, por la descripción concreta. La teorética […] incluye tanto los modelos con su nivel de abstracción como esa descripción al ras del campo florido a la que se quiere reducir en muchos casos la clínica. La práctica es siempre otra cosa, es siempre un acto, es siempre algo prescriptivo -para oponer los enunciados descriptivos a los enunciados prescriptivos-, y creo que corresponde hacer un lugar importante […] a lo prescriptivo […] hablo de lo prescriptivo en el sentido en que por ejemplo se prescribe que la sesión analítica debe ocurrir de tal o cual manera. Es algo radicalmente diferente de una técnica pura y simple, y también de una regla moral (Laplanche, 1987b, 62).
Tomando en cuenta que esa declaración de Laplanche durante la clase del 12 de diciembre de 1979 es propuesta a la hora de hablar de la relación entre la teoría del sueño y la sesión, a propósito del modelo descriptivo y el modelo prescriptivo (vale decir: cómo entran en relación el modelo teórico del sueño y la concepción de la situación analítica), diremos que hay ahí establecida una oposición, una relación por oposición, entre una con-sideración (theorein) y un acto.
En consonancia con lo anterior, con la relación entre modelos descriptivos y prescriptivos, Laplanche en 1997 (en realidad, antes, en 1996, en la conferencia que dio lugar al artículo aquí citado), dirá todavía: “[…] la invención de la práctica analítica corre paralela […] con la invención de una primera teoría […] y hasta se puede afirmar que Freud no estaba lejos de un solo y mismo ‘aleteo’ en los dos campos a la vez” (Laplanche, 1989, p.187).
Eso en cuanto a la teorética y la práctica. Pero, aun cuando Laplanche no tome como oposición polarizante la relación entre clínica y teoría, ello no significa que las elimine de su vocabulario. ¿Qué decir, entonces, de ellas? En “Nuevos fundamentos para el psicoanálisis” (1989), Laplanche afirmará que los fundamentos para el psicoanálisis son los fundamentos para una experiencia psicoanalítica, y se pregunta si dicha experiencia puede ser localizada, si acaso habría un lugar privilegiado para ella. Concluye que ese lugar sería el de la cura analítica, pero advertirá que no habremos de confundirla con la empiria, y en particular con su sentido “vulgarizado”: la de la obtención de un éxito material inmediato (el “¿para qué sirve esto o estotro?”). Pero -volverá sobre este asunto inmediatamente- la experiencia psicoanalítica no es sólo experiencia de la cura; en cambio, es posible para nosotros reagrupar esta experiencia bajo cuatro títulos: la clínica, el psicoanálisis exportado, la teoría y la historia [2]
Primer lugar y objeto de la experiencia psicoanalítica: la clínica. Nos dice Laplanche de ella: la clínica -y esto lo advierte ya el hecho de que se la enliste junto a otros tres espacios- no es el todo de la experiencia psicoanalítica. Considera él -y pienso que en esto lo acompañaríamos gustosamente- que el concepto de clínica está inflado [3], y se lo emplea como estrategia y arma de guerra contra el pensamiento y la reflexión. Se intenta pasar por la “mula” [4] de la clínica el uso indiscriminado (“terrorismo” llega a decir Laplanche) de conceptos implícitos, no admitidos, generalmente extraídos del sentido común o desvirtuados por este último.
Tercer lugar y objeto de la experiencia psicoanalítica: la teoría. Implica, dice Laplanche, rehusar a la teoría todo estatuto aparte, sea que se la considere como una herramienta, sea que se la considere como mera superestructura relativamente inútil. Nos rehusamos a ello porque si, con Laplanche, nos resolvemos a concebir al ser humano como autoteorizante, “equivale a sostener que toda verdadera teorización es una experiencia que necesariamente compromete al investigador” (Laplanche, 1989, p.22). Volvamos a recordarlo con Freud (1923 [1922]): dado que el psicoanálisis es un “tridente” (metodología de investigación, método de tratamiento y campo teórico sobre lo humano) en que ningún ámbito llega a realizarse sin los otros, no hay disociación posible, si se quiere decir que algo así como el psicoanálisis existe, entre unos conceptos y unas aplicaciones de estos.
El psicoanálisis, dirá Laplanche (1989) en su nueva fundación-fundamentación (porque se trata de un recalzar, recimentar) de aquel, existe en sus cuatro lugares de experiencia (clínico, teórico, extra-cura e histórico), que él reúne con el término de teorética para distinguirlos en conjunto de una “práctica” en el sentido de que incluso lo que se llama “clínica” es -nos dice- una theorein, una consideración y una reflexión sobre el objeto; “[…] no existe clínica puramente empírica” (Laplanche, 1989, p.24). Recordemos que “teoría” es un término de origen griego ligado directamente al mirar, a una actividad de observación, contemplación (de ahí “considerar”) que se volvió intelectual, sin perder su condición de mirada con los ojos del alma (del intelecto).
La experiencia es tomada aquí por Laplanche en su sentido de Erfahrung, de movimiento en contacto con el objeto, con el movimiento del objeto. Aquí cobra todo su valor la insistente afirmación de Laplanche de que el movimiento del pensamiento sigue de algún modo el movimiento de la cosa misma (Laplanche, 1973). Él afirma incansablemente que los movimientos de la teoría psicoanalítica misma se corresponden plenamente con los movimientos propios de los avatares de la sexualidad humana tal como la concibe el psicoanálisis: “[…] el movimiento del conocimiento tiende a realizar, a llevar a su culminación, un movimiento real” (Laplanche, 1989, p.69) [5].
Sin embargo, aún en “Nuevos fundamentos para el psicoanálisis”, Laplanche expondrá su diagnóstico sobre el problema de la teoría y la práctica en el campo psicoanalítico. La relación entre ambas resulta (resultaba hace casi cuarenta años, pero también hoy) en lo que Laplanche llamó un desamarre de la teoría y de la práctica. El dato clínico ha pasado a ocupar el lugar privilegiado en los intercambios de ideas entre psicoanalistas, en congresos, encuentros y coloquios, y la teoría ha quedado desterrada, menospreciada, francamente desconocida. “Ya no se concibe que la experiencia pueda impregnar la teoría, que la teoría sea ella misma experiencia, que haya una práctica teórica; se confunde simplemente experiencia y empirismo…” (Laplanche, 1989, p.154). Nuestra posición, estando reunidos en este coloquio sobre el pensamiento de Laplanche, es posiblemente compartida con la suya: ¿cómo revertir ese desamarre? He escogido el término “abrochar”, porque pienso que la idea de amarrar, al menos en su valor figurativo, no es necesariamente el opuesto de un desamarre, mucho menos cuando del pensamiento se trata. ¿Qué se amarra a qué? ¿Teoría a práctica; práctica a teoría? Abrochar, por otro lado, marca una relación que no se sostiene considerando una parte sin la otra; qué cosa venga a hacer las veces del botón y qué otra las del ojal poco importa, lo esencial es que la cosa se sostiene contando con ambas partes: tanto un botón sin ojal como un ojal sin botón, tal como los que encontramos en las solapas de algunas chaquetas, son adornos, usanzas, modas, vestigios de algo que fue en otra época y ya no es más.
Ante el diagnóstico de Laplanche no nos quedaría tal vez más que encogernos de hombros y asentir. El desprecio por la teoría y los aspectos conceptuales de la práctica son pan de cada día en los diversos ámbitos clínicos en que tenemos oportunidad de desempeñarnos, tanto en los sistemas de salud públicos como en los privados, en nuestros consultorios particulares y en las universidades mismas. Se olvida muy apresuradamente que la idea de una empiria pura es ya la aplicación de unas exigencias ideológicas no tan difícilmente discernibles.
Aunque es un cliché, releeremos todavía una vez más la trillada cita a Freud en su artículo destinado a tratar las pulsiones y sus destinos, contenido en su Metapsicología de 1915, fragmento que está cargado de la importante influencia que Ernst Mach tuvo en las posiciones epistemológicas freudianas (Assoun, 1982) -y, dicho sea de paso, también en las einsteinianas-:
El comienzo correcto de la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que luego son agrupados, ordenados e insertados en conexiones. Ya para la descripción misma es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas [aun cuando el mismo Freud (1923 [1922]) definiera para la Encyclopaedia Britannica al psicoanálisis como una “ciencia empírica”] que se recogieron de alguna otra parte, no de la sola experiencia nueva. Y más insoslayables todavía son esas ideas -los posteriores conceptos básicos de la ciencia- en el ulterior tratamiento del material. Al principio deben comportar cierto grado de indeterminación […]. Mientras se encuentran en ese estado, tenemos que ponernos de acuerdo acerca de su significado por la remisión repetida al material empírico del que parecen extraídas, pero que, en realidad, les es sometido. En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones, no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén determinadas por relaciones significativas con el material empírico […]. Sólo después de haber explorado más a fondo el campo de fenómenos en cuestión, es posible aprehender con mayor exactitud también sus conceptos científicos básicos y afinarlos para que se vuelvan utilizables en un vasto ámbito […] (Freud, 1915, p.113) [6].
Siendo esa quizá la principal de las declaraciones epistemológicas de Freud, quien apunta de manera general a la actividad de la ciencia, nos interesa justamente señalar uno de los aspectos centrales de su declaración por relación al proceso de constitución del campo psicoanalítico, sobre el cual nos esforzamos a seguir trabajando: la relación indisoluble entre experiencia y teoría, tan estrecha que podría llevar a la confusión del lector porque pareciera contener cierto grado de circularidad: primero los hechos, luego los conceptos; pero no hay hechos (ni siquiera descripción, que estaría en el nivel más básico y fundamental de la actividad psicoanalítica) sin conceptos que permitan discernirlos y acotarlos. Recordemos, al respecto, lo que declaraba Laplanche sobre este asunto, en cuanto a su doble tesis en “Las metas del proceso analítico”:
La cura no ocupa una posición segunda respecto de la metapsicología. […] rechazamos una secuencia según la cual el elemento primero sería la observación clínica, supuestamente neutra y objetiva, a partir de la cual se inferiría una teoría metapsicológica, mientras que la técnica, la praxis, sería a su vez un conjunto de preceptos, un instrumento a deducir sobre la base de la teoría (Laplanche, 2001, p.186).
No obstante lo anterior, es pues desenganche entre teoría y práctica lo que caracteriza al psicoanálisis en el diagnóstico de Laplanche en 1987. Situación que sorprende no tanto porque los psicoanalistas deban por fuerza regirse por la letra de Freud, sino porque ese desamarre ha debido producirse por cierta acción ella misma conceptual, teórica, que pretende separar y hasta oponer teoría y clínica, conduciendo incluso al “asco” por todo lo concerniente a la teoría y el trabajo conceptual. Mi propósito es hoy mostrar en alguna medida cómo es que Laplanche produjo algunas herramientas formidables para poder contrarrestar ese efecto de desamarre.
Enfrentados al desamarre de la teoría y la práctica en el ámbito del psicoanálisis tal como lo constata Laplanche, y pudiendo quizá afirmar que esa situación no sólo no ha cambiado sino que se ha exacerbado, nos vemos en la necesidad de establecer instancias que permitan no sucumbir ante el inflacionismo clínico, sin por ello convertir a la teoría en una guarida: sabemos muy bien qué pueden llegar a hacer los analistas cuando, parapetados en su saber, hacen frente a aquello que los asusta, ahí donde el anquilosamiento resultante de la repetición estereotipada de frases (quizá ya ni ideas) augura la perpetuación de un campo infecundo para el pensamiento bajo la figura de las escuelas.
Conocidas eran las críticas que W. R. Bion dirigió al campo psicoanalítico, y en particular a la proliferación incesante de nuevas teorías psicoanalíticas que sólo lograban -en el mejor de los casos- dar cuenta de situaciones clínicas sumamente específicas o derechamente sesgadas. Una preocupación central suya fue la de poder establecer una relación mediada entre la práctica y el trabajo teórico. Muestra de ello fue su esfuerzo por establecer unos elementos propios del psicoanálisis que pudieran conjugarse de manera tal que fuese necesaria la menor cantidad de teorías posibles para dar razón de la mayor cantidad de situaciones clínicas halladas. Sin desconocer aquí las diferencias indesmentibles entre Laplanche y Bion (aunque habría que dedicarse un tiempo a revisar qué relaciones posibles cabría hallar entre una teoría de la producción del aparato psíquico sexual y una de la conformación del aparato para pensar pensamientos), podría interesarnos retomar al menos una idea -una exigencia, tal vez- de Bion: entre las abstracciones y la empiria, entre las teorías y las prácticas clínicas, debiera sernos posible establecer unos modelos, que habiliten una forma de trabajo que evite un “desamarre” entre teoría y práctica.
Modelos laplancheanos
Laplanche nos legó algunos modelo [7]. A lo largo de su obra, tanto en sus cursos anuales en la entonces Universidad de Paris 7 como en sus libros y artículos reunidos, Laplanche se dedicó con bastante detención a trabajar, por una parte, los esquemas freudianos del aparato psíquico, tanto en su versión del “peine” (Freud, 1900[1899]), que Laplanche llamó “cubeta”, como en sus versiones más tardías, con la vesícula cribada (Freud, 1920) o con la estructura tripartita de la personalidad (Freud, 1923). Por otra parte, haciendo rendir dichos esquemas freudianos, Laplanche llegó a formular los suyos propios, de los que hoy detallaremos en particular dos: el diedro y la espiral, a partir de los cuales llegó a desarrollar otros esquemas que los precisaron o profundizaron en conformidad con el movimiento de su propio derrotero.
“¿Qué es un modelo?”, pregunta Laplanche (1987b). Nos dice, claro, que el término puede entenderse como una forma de figurar, de hacer más patente algo: una alegoría o incluso una manera de describir ese algo. Pero señala a su vez que en psicoanálisis advertimos que los modelos toman a veces una autonomía, un “espesor” (Laplanche, 1987b). Se podrá llegar a trabajar con ellos habiendo olvidado ya aquello con lo que estarían originalmente en relación de modelado, como habiéndose vuelto cosas por sí mismas, pudiendo incluso ser creadores de otras cosas (vale decir, abandonando su condición de pura representación de algo más).
La virtud del modo en que Laplanche abordó los esquemas freudianos, y que sin duda supo imprimirle al trabajo con los suyos propios, es que identificó en ellos no sólo una manera de figurar conceptos y relaciones entre conceptos o procesos (quizá más como el mismo Freud pudo pensarlos; recordemos que para él los dibujos tenían un valor mostrativo, como lo tuvieron aquellos dibujos neurológicos de su época de joven investigador [8]), sino unos verdaderos aparatos de trabajo (en la línea del párrafo anterior), unos “aparatos laplancheanos” para hacer trabajar teoría y clínica en un mismo movimiento, ya que, como hemos recordado, los conceptos reproducen el movimiento mismo de las cosas. Así que por mucho que Laplanche mismo dijera “No quiero abusar de los esquemas, que sólo sirven para estimular el pensamiento […]” (Laplanche, 1987b, p.75) [9], nosotros, en desacuerdo con esta cita, pero siguiéndolo a él también, nos proponemos emplearlos como verdaderos modelos para trabajar. Porque por mucho que “[…] uno de los intereses que presentan los modelos psicoanalíticos es que uno se puede dejar llevar a describirlos por sí mismos [en su condición de abstracciones], sin preguntarse todavía a qué se aplican […]” (Laplanche, 1987b, p.92), también, a veces, con un modelo dado “uno tiene la tentación de ‘aplicarlo’”.
Laplanche echó mano a las figuras visuales freudianas para mostrar su valor último: no sólo representar “visualmente” unos conceptos, sino que permitir el trabajo mismo con dichos conceptos. Pretendemos, entonces, seguir con ese envión que Laplanche nos hereda para aplicárselo a su vez a sus propias figuras, y evitar que se tornen sólo representaciones visuales de movimientos conceptuales. Después de todo, fue también él quien propuso, al referirse al esquema visual ofrecido por Freud en el Capítulo 7 de su Traumdeutung:
Se pretende que el espíritu humano, para clasificar sus ideas, debe necesariamente recurrir a un imaginario espacial. Distinguir simples lugares -en el sentido de Aristóteles- no es tal vez mucho más que proponer una imagen espacial para figurar las categorías. Ahora bien, hablar de orientación, de un itinerario que toma sentidos obligatorios es ir mucho más allá de una representación fácil para adentrarse en una topología en el sentido en que la entienden los matemáticos. Hay allí algo más que un esquema físico, espacial; hay incluso más que un esquema espacial orientado. Lo esencial […] es que haya allí cierta cantidad de sucesiones ordenadas (Laplanche, 1980a, p.172) [10].
Si bien luego de una revisión general de los textos de Laplanche en que emplea esquemas visuales nos quedaría la impresión de que estos se utilizan mucho más frecuentemente para expresar un modo de trabajo en el ámbito de la teorética -vale decir, en su valor descriptivo-, debemos concederles a ellos su importancia a la hora de orientar una práctica -o sea, su eventual valor prescriptivo-. Los modelos le permiten a Laplanche dar cuenta de un modo suyo de trabajo, una exigencia para el abordaje de lo teórico. Pero, como el concepto sigue el movimiento de la cosa misma, son modelos que permiten establecer las exigencias que conducen el trabajo clínico propiamente dicho, y lo orientan en esa misma medida.
La espiral
La espiral es una figuración a la que alude Laplanche primeramente para dar cuenta de su modo de proceder en el trabajo de algunos conceptos o problemas fundamentales del psicoanálisis en su recorrido de enseñanza. Aparece, tempranamente, en la introducción al curso Simbolizaciones, de 1974-5, para referirse al modo en que Freud procedía con su trabajo:
Refirámonos a Freud. A menudo, su derrotero toma un giro pedagógico. Establece verdades provisionales para luego destruirlas, modificarlas, enmendarlas, complicarlas. Más que de una complejidad creciente, se trata ahí de un verdadero derrotero dialéctico, suerte de espiral donde son retomadas las verdades que primeramente se expresaron, pero en un nivel diferente. No hay pensamiento verdadero que no deje ver al mismo tiempo cómo hace camino (Laplanche, 1980b, pp.159-60).
Al año siguiente, dirá Laplanche, en su introducción al curso anual de 1975-6, Para situar la sublimación:
Mi derrotero; lo represento […] con la imagen de una espiral, en el sentido en que me veo llevado a volver a decir, a retomarme, pero en otro nivel […]. Pero lo que entiendo por espiral es que en el mismo punto de pasaje, en la misma vertical, uno espera encontrarse en una nueva vuelta o a varias vueltas del punto sobre el cual uno se proyecta; se insinúa así una cierta progresión (Laplanche, 1980c, p.22).
Primeras anotaciones, entonces: una espiral no es modelo que describa únicamente una forma de trabajo de Laplanche, puesto que la reconoce quizá antes en otro (Freud mismo). Por otro lado, el trabajo de pensamiento de Laplanche se desarrolla siguiendo una lógica de “repaso”, en un movimiento que podría parecer circular, pero que en el fondo opera estableciendo vueltas que, al modo de una repetición siempre en un nivel distinto, van teniendo sus rendimientos. Más tarde, en su introducción al seminario La referencia al inconsciente, de 1977-8, especificaría aún más el modelo y su uso particular en el ámbito del trabajo conceptual, cuando intenta dar cuenta de qué es lo que lo ha llevado, en los años precedentes y en el que corre al momento de hablar, a referirse a los distintos problemas que ha tratado:
Entre racionalización y autoanálisis trataba yo de definir lo que llamo el nivel de la exigencia; exigencia que esquematizo a veces por medio de una espiral. La espiral es una curva plana que describe revoluciones concéntricas a partir de un punto llamado polo, revoluciones cada vez más extensas. Se podría hablar también de hélice porque lo que se suele llamar impropiamente espiral […] es una curva en el espacio y no sólo en dos dimensiones, curva que se inscribe, por ejemplo, en un cilindro (Laplanche, 1987a, pp.35-6).
Podemos apreciar en este extracto lo que empieza a perfilarse como un modo central de concebir el trabajo del psicoanálisis mismo en lo que respecta a la teoría y a la práctica: un movimiento copernicano de descentramiento. Introduce, además, la posibilidad de pensar el movimiento de vueltas en la forma de un cilindro, pasando de una modalidad de representación en dos dimensiones, con la espiral, a una de tres, con la hélice. Esta modificación nos concierne especialmente porque le permitirá luego a él emplearla para dar cuenta del proceso de la cura. Ya volveremos sobre ello. Continúa Laplanche:
¿Qué es lo que me interesa en esta espiral, o en esta hélice? […] Lo que me importa en una y otra curva es la idea de que si se traza una recta que corte la curva (“radio vector” de la espiral o “generatriz” del cilindro) se definen puntos que se proyectan los unos sobre los otros. (Laplanche, 1987a, p.36)
Utilicemos los dos esquemas (a la izquierda, la espiral; a la derecha, la hélice) que él mismo ofrece para entender más claramente qué quiere transmitirnos:
Si seguimos atentos su formulación, notaremos que Laplanche no sólo está tratando de describir o figurar representativamente el modo en que él, en retrospectiva, puede caracterizar el movimiento de su pensamiento; en realidad, nos quiere transmitir la idea, el hecho incluso, de que esa forma (las vueltas, los puntos de reincidencia) ha orientado un modo particular de investigar y problematizar el psicoanálisis, y en particular la metapsicología freudiana. No se trata únicamente de hacer una alegoría al modo en que su trabajo ha procedido hasta el momento; el movimiento en espiral o hélice es propiamente hablando el modo en que la exigencia de trabajo conceptual se ha desarrollado para él y lo ha obligado a seguir un movimiento:
Lo que quiero graficar con este modelo es que, si estoy situado en la vertical de ciertos puntos, me veo llevado a tener una suerte de panorama, hacia abajo, sobre una, dos o “n” espirales precedentes. ¿Importa esto significar que todo pensamiento es repetitivo? Ciertamente; y esperemos, en el mejor de los casos, que esté relativamente en expansión o al menos que se desarrolle en planos que, a pesar de todo, cambien (Laplanche, 1987a, p.36).
Decíamos que el movimiento en espiral o hélice es propiamente hablando el modo en que la exigencia de trabajo conceptual se ha desarrollado para Laplanche, pero ¿en qué sentido preciso? ¿No habríamos de identificar allí un modo tan caro a la dinámica pulsional o inconsciente, aquella que relacionamos tan “facilitadamente” hoy con la compulsión de repetición? Llegado el caso, ¿podría decirse que el hecho de que Laplanche haya hecho espirales es acaso la continuación (¿sublimada?) de que haya poseído un inconsciente y unas pulsiones? Si ese fuera el caso, entonces los esquemas son sólo representaciones a posteriori de algo ya acaecido y, quizá, terminado. Aun si el mismo Laplanche pudo pensarlo así en los años anteriores, pone él el énfasis en algo que resulta capital para recusar la idea del esquema como mera representación: el establecimiento de verticales. Así, en cada momento de su enseñanza, Laplanche estableció determinadas verticales (radios vectores o generatrices, según se opte por la espiral o el cilindro) que le posibilitaron orientar su trabajo y su rigurosidad al momento de tratar las problemáticas (la angustia, la castración, las simbolizaciones, la sublimación, el inconsciente, el ello, la transferencia, el aprés-coup, el biologicismo). Pero lo que Laplanche no termina de explicitar lo suficientemente es que esas verticales no se establecen únicamente sobre las espiras o las vueltas de la hélice que ya existían de antemano; en realidad, la definición de las verticales ha llevado, a su vez, a hacer unas nuevas vueltas, consiguiendo que la espiral creciera, ganara niveles nuevos, progresara:
La espiral es una curva arremolinada también en torno a un punto fijo que la captura. A intervalos regulares, este trayecto del pensamiento vuelve a pasar en vertical por el mismo problema, y con cada vuelta el problema se enriquece; hasta los datos mismos cambian. Pero cada vuelta de la espiral “se despega” de la precedente y marca un progreso (Laplanche, 2012, p.12).
No es gratuito que Laplanche ponga las cosas en esos términos en un texto como este, tratándose de su introducción a su seminario de 1989-90 sobre la Nachträglichkeit, el aprés-coup, lo que juega su eficacia en la relación entre distintos tiempos, un año antes de su curso El extravío biologizante de la sexualidad en Freud (Laplanche, 1998), que viene a hacer vertical junto con “Vida y muerte en psicoanálisis” (1973) y “Nuevos fundamentos para el psicoanálisis” (1989).
Si el trazado de una vertical le ha permitido a Laplanche establecer puntos de relación entre una vuelta y otra, entre un recorrido teórico y otro, esa modalidad de trabajo le permitió también establecer algunos elementos necesarios para entender el movimiento de la cura.
En 1992, Laplanche propuso este renovado esquema de la espiral, esta vez no ya para describir el movimiento de progresión de un trabajo teórico, sino para dar cuenta de cómo entendía, pero también cómo proponía que debía ser, la tarea práctica en el contexto de la cura psicoanalítica y, en particular, de la transferencia. En la medida en que se trata de un texto basado en una conferencia sobre la provocación de la transferencia por parte del analista, Laplanche intenta avanzar en el entendimiento de lo que llamó “transferencia en hueco”, vale decir, aquel aspecto de la transferencia que se funda en la restitución del enigma producido en la reinstauración de la situación originaria de transferencia: la de la relación asimétrica entre un adulto, poseedor de un inconsciente sexual reprimido, y un niño que, como parasitado por este, carece de los recursos para operar las traducciones a los mensajes comprometidos del adulto, quien a su vez también carece de la clave traductiva. En su interrogación por lo que puede conducir a un análisis a la salida por parte del paciente, Laplanche hace notar que hay un factor capital de la transferencia que no ha mencionado hasta ese momento: el carácter cíclico de la dinámica transferencial. Afirmará al respecto:
Este hecho de experiencia -que la elaboración del sujeto repasa periódicamente por puntos, recuerdos, fantasías cuya secuencia se organiza de manera análoga- encuentra su correspondiente exacto en la teoría “traductiva” que desarrollamos: no hay nueva traducción [lugar al que apuntaría el análisis] sin volver a pasar en primer lugar por las traducciones anteriores, para detraducirlas en beneficio de una traducción nueva (Laplanche, 1996, p.186).
La cosa pronto es, no obstante, saber distinguir entre movimientos de gravitación puramente repetitivos, donde los mismos hábitos se ven indefinidamente retomados (transferencia en lleno), y movimientos de ciclo que puedan producir nuevas espiras, desfasajes, un cambio de nivel:
Introduzco aquí, a propósito de la transferencia, un modelo que me es familiar, el de la espiral [o “hélice”, aclara Laplanche]. Círculo o espiral que definen uno y otro movimientos de gravitación. En el primer caso, ese movimiento se realiza alrededor de un punto; en el otro, a lo largo de un eje [eje del análisis en el esquema anterior]. Pero la espiral sólo progresa repasando la vertical de los mismos significantes enigmáticos [(SE) en el esquema anterior] (Laplanche, 1996, p.186).
La pregunta que por fuerza se plantea en este punto es: ¿y cuántas espiras serán? ¿Hasta cuándo? Laplanche propondrá este esquema:
“Existen ventanas favorables, que se puede juzgar oportuno aprovechar o, de lo contrario, la gravitación se inicia nuevamente, para una espira” (Laplanche, 1996, p.187), nos dice, haciendo alusión a la noción de “ventana” que, en astronáutica, remite a un lapso preciso en el cual el lanzamiento de una nave es posible. Pero ¿cómo establecer en qué ventana actuar? Los parámetros -afirma Laplanche- son complejos y tienen un alto carácter conjetural (por contraposición al lanzamiento de una sonda espacial): podría ser, por ejemplo, que una espira fuese algo más que pura repetición y engendrara un potencial para dar lugar a nuevas elaboraciones. También ha de considerarse lo que pasa afuera del análisis, sobre todo en cuanto a lo que Laplanche denominó como “transferencia de la transferencia”. Será labor del analista identificar y ponderar lo que quede en juego dentro y fuera de la sesión, manteniendo a raya el narcicismo propio y la ilusión de que tendría un poder total sobre la finalización de un tratamiento. Dicho de otro modo, deberá cuidar, garantizar incluso, el sostenimiento del enigma que habita en él mismo, para dar paso a la transferencia de la transferencia.
El diedro
Por otra parte, contamos con otro modelo desarrollado muy tempranamente por Laplanche, sobre el que continuamente trabajó, más ampliamente que el de la espiral, para dar cuenta, grosso modo, de la especificidad del objeto psicoanalítico: lo sexual infantil, sus condiciones de surgimiento y su especificidad. Ya en Vida y muerte en psicoanálisis (1973) empleó la representación de dos planos (uno de la autoconservación, otro de la sexualidad) que se intersectan por una línea que Laplanche identificará con el apuntalamiento, con la finalidad de dar cuenta de cómo es posible operar explicaciones psicoanalíticas sobre la agresividad y el masoquismo sin la necesidad de abandonar el carácter sexual de estos elementos:
En este momento de su trayecto conceptual, el diedro le permite a Laplanche situar una distinción entre los fenómenos propios de los procesos supervivenciales-autoconservativos y aquellos que eran característicos de la sexualidad infantil, poniendo el concepto de apuntalamiento como la bisagra entre ambos planos. No entraremos en detalles aquí respecto del largo desarrollo que realiza Laplanche en ese libro, pero indicaremos cuando menos dos cosas: primero, es un modelo que le permite esquematizar asuntos conceptuales que señalan claramente la heterogeneidad de los campos autoconservativo-vital y sexual, cuya relación no está dada por una continuidad -como pudo pensarse hasta entonces, gracias incluso al mismo Freud- sino por las transformaciones operadas a través del fenómeno del apuntalamiento por la entrada del otro adulto y su incidencia decisiva en el surgimiento de lo sexual humano en los niños por las vías de la seducción. Ya no se tratará más de afirmar un conflicto de base entre adaptación y sexualidad, sino que de considerar que la autoconservación, antes que ser una fuerza operante en el conflicto pulsional-psíquico, es el terreno en el cual se juegan los conflictos inherentes a la sexualidad (entre la pulsión y el yo, etc.). Segundo, establece un modelo que le permite abordar fecundamente el problema conceptual pero también clínico del masoquismo y la agresividad, de modo que se hacía posible incorporar esa variedad de fenómenos de un modo en que no quedasen fuera del pensamiento sobre la práctica clínica (riesgo que se corría cuando se los imputaba principalmente a procesos propios de la pulsión de muerte tal como ocurría con Freud), pero tampoco lo absorbieran y capturaran por completo bajo la modalidad de la agresión como modelo de las relaciones con el mundo (tal como, por ejemplo, el kleinismo desarrolló el concepto de pulsión de muerte).
Más adelante, Laplanche volvería a usar el modelo del diedro, esta vez para pensar los problemas relativos al concepto de sublimación (Laplanche, 1980c):
El modelo, tal como es presentado en esta ocasión, reviste el interés siguiente: el diedro habría que imaginarlo, primeramente, como estando cerrado, “de manera que, como si se tratara de una ostra, hubiese que introducir la hoja de un cuchillo para abrirlo, para clivar el plano de la autoconservación y el de la sexualidad” (Laplanche, 1980c, p.45):
Esta idea es valiosísima puesto que le permitirá a Laplanche establecer lo siguiente: lo novedoso en Freud no es tanto un nuevo tratamiento del asunto ya viejo de las relaciones entre la mente y el cuerpo, sino que, con el concepto de apuntalamiento, se efectúa un corte en otro punto: entre lo sexual y lo autoconservativo, siendo tanto lo sexual como lo autoconservativo psíquicos y somáticos a la vez. Diremos que esta constatación de Laplanche es en grado sumo relevante para nosotros, pues permitirá no sólo delimitar el ámbito conceptual específico para el psicoanálisis, sino también precisar el dominio propio de la práctica psicoanalítica: lo sexual, en el sentido caracterizado por Laplanche.
Lo que él desarrollará más adelante, en ese mismo seminario, es la conclusión de que, en el ser humano, la idea misma de una autoconservación como siendo autosuficiente es una abstracción: la autoconservación humana es deficiente, incompleta, débil; por tanto, el apuntalamiento de la pulsión sexual sobre las funciones supervivenciales del individuo es un apoyo que cojea. El pliegue del diedro con sus planos puede realizarse en ambos sentidos, una vez abierto (tal como se retrata en la imagen anterior). Con ello apuntamos al hecho de que también las funciones vitales, la autoconservación como dominio diferenciado de la sexualidad, puede verse apoyado en ella, como contaminado por ella, y hasta posibilitado. No sería desquiciado pensar que a los niños se los alimenta también a causa de que se los quiere.
De modo que, esquemáticamente, ambos planos podrán representarse como sigue, articulados por la línea del apuntalamiento:
Más tarde, detallará Laplanche:
Un diedro donde vienen a articularse una sobre otra, en bisagra, la autoconservación por una parte y la sexualidad por la otra. Un diedro que desde el comienzo puede ser engañoso porque es presentado como simétrico, cuando precisamente no debería serlo. […] lo verdaderamente pulsional sólo se encuentra en el plano derecho, en el plano de la sexualidad. […] este diedro no opone verdaderamente dos tipos de pulsiones, sino las únicas verdaderas pulsiones, las pulsiones sexuales y, por otra parte, lo que podemos llamar la autoconservación […] La línea de articulación entre ambos planos, la bisagra, es esa famosa línea llamada del apuntalamiento, donde suponemos que se produce una verdadera génesis de la sexualidad en la infancia. (Laplanche, 1980c, p.129).
Esta disimetría no evidenciada en el esquema engañoso pero señalada por él a partir de ese engaño no es sólo del tipo de energías en juego en cada plano, sino también porque el plano de la autoconservación es más bien virtual, oculto y debilitado. Esto es de suma relevancia porque es lo que permitirá, a partir de la bisagra del apuntalamiento, y de la insuficiencia del apuntalamiento, introducir el asunto de la seducción de parte del otro adulto que ocupa todo su lugar justamente a causa de que lo adaptativo, en los lactantes, es deficiente. Y sigue:
A partir de nuestro diedro […] quisiera insistir en algunos puntos […]. En primer lugar el hecho de que todo el interés del psicoanálisis, todo su campo de trabajo, recae sobre el plano de la sexualidad […]. La regla analítica, la de hacerlo pasar todo por el lenguaje, tiene como función y como resultado una reducción […] de toda referencia a la realidad (Laplanche, 1980c, p.136).
Luego, Laplanche volverá sobre su modelo del diedro, una vez más para hacerlo rendir conceptual y clínicamente; en particular sobre algunos aspectos que ya hemos esbozado. Su utilización nos permite, siguiéndolo, un par de cosas: por un lado, el relevo del dualismo mente-cuerpo por el del par sexual-no sexual (autoconservativo, adaptativo); y por el otro, la incorporación de los fenómenos de seducción, con toda la presencia de la dimensión enigmática y las excitaciones que tienen lugar en el niño en el marco de la relación disimétrica con el adulto que entra en escena a causa de las deficiencias de los procesos de sostenimiento vital del recién nacido.
El modelo del diedro, con la circunscripción del problema de las relaciones entre lo sexual y lo adaptativo, el apuntalamiento que los relaciona y la seducción que desde allí se opera, posibilita la delimitación de lo que importa específicamente al psicoanálisis tanto a nivel descriptivo como también prescriptivo. Laplanche insiste una y otra vez: el psicoanálisis se ocupa de lo sexual infantil. La ternura, la autoconservación, lo no sexual, lo adaptativo, la función, todos esos términos deben ocupar un lugar preciso, que no ha de confundirse con lo sexual. Si bien, como dice Laplanche (1989), la autoconservación es primera, parcialmente fallida y mucho más compleja de lo que el psicoanálisis ha solido estimarla, ella no es parte del conflicto psíquico, sino que es representada en él por el yo, vicariamente y en su condición de derivación metáforo-metonímica, cuya energía es libidinal. La pulsión -continuará- es pulsión sexual; sólo la sexualidad es objeto de la represión y es esta última la que constituye a la pulsión, en la medida en que se halla un desfase entre la capacidad del niño para ligar y tramitar (simbolizar) los mensajes del universo sexual adulto. Así queda situada la especificidad de lo que concierne al psicoanálisis. Ni lo biológico, ni lo filogenético, ni un mecanicismo, ni lo lingüístico; ninguno de los morfismos debiera llevarnos a confundir el objeto del psicoanálisis con aquellos campos de la experiencia humana desde los cuales se recorta. El diedro, de esta forma, permite siempre, aun si es un poco muy esquemáticamente, resituar la cuestión psicoanalítica y su interrogación a las distintas formas teóricas que pretenden saturarla.
Al dejar establecida la delimitación del campo analítico y quedar lo adaptativo en los límites de este (Laplanche, 1987a), se nos recuerda permanentemente aquello que ha de quedar excluido de las intervenciones del analista en la situación que ha provocado. Aquellas circunstancias en que se empuja por reconocer unas ciertas condiciones “externas” al análisis: el “también hay que vivir” que eventualmente puede reclamar un paciente, el trabajo, la familia, el tren, las obligaciones de la vida (Laplanche, 1980c, 1987a); todo ello ha de tratarse como problemas de la vida que hay que vivir. Entrarán en análisis a condición de que sufran una mutación, vale decir, que sean representadas en el conflicto psíquico por investidura del yo, o lo que es lo mismo, sexualizadas, metabolizadas en lo sexual. El que esto pueda cambiar es la muestra más palmaria de que eso que se cree como propio de “las cosas concretas de la vida” no son en realidad tal. “No puede reprimirse el hambre» (Laplanche, 1987a), aunque quizá, a propósito del dicho popular [11], sí el deseo de comer.
Para finalizar, la exigencia que los modelos permiten realizar en la práctica.
Cerremos por ahora. Revisemos, grosso modo, algunas implicancias teoréticas y prácticas de la formulación y el empleo de los modelos de la espiral y la cubeta. Lo hemos dicho con anterioridad, pero lo repetiremos todavía una vez más: ellos no sólo aspiran a describir un modo de proceder del pensamiento psicoanalítico, sino que le aportan forma, le prestan soporte e incluso lo impulsan. La espiral y el diedro quedan situados como esquemas que representan conceptos en relación, modos de hacer trabajar la teorética, pero también un movimiento real del trabajo práctico efectuado por el analista.
La espiral es tomada por Laplanche como un modelo para exponer la forma en que efectúa su trabajo de lectura, su “exigencia” con la obra psicoanalítica, y en particular la de Freud. El diedro, por otro lado, da cuenta de un modo en que se pone a trabajar a la teoría freudiana. Pero ambas son también verdaderamente un modo de aproximarse al discurso de los sujetos. Es en este sentido que producen un efecto contrario a aquello que denunciaba Laplanche sobre el desamarre entre teoría y práctica.
Aunque los rendimientos conceptuales de ambos modelos son quizá más evidentes y están más desarrollados por Laplanche mismo, su valor práctico debe ser sostenido para que no pase inadvertido. Pensemos, por ejemplo, en un elemento central del trabajo psicoanalítico, al que Laplanche ha dedicado importantes trabajos: la Deutung psicoanalítica.
En nuestra espiral, una interpretación en el sentido de la detraducción permite cortar un círculo y establecer una progresión radial que forma un nuevo brazo de la espiral. Si el sometimiento forzado del caso a las teorías sostiene lógicas discursivas circulares, la ausencia de dichas teorías podría mantener una lógica discursiva lineal (como en los casos en que la asociación libre se convierte efectivamente en hablar de “cualquier cosa” menos de lo que concierne al trabajo psíquico). Las teorías debiesen permitirnos “enrollar” el discurso de los pacientes sin por ello hacerlo devenir circular o pura repetición de lo mismo; pero, a su vez, debiesen habilitarnos también las condiciones para organizar un modo de escuchar y leer lo que se dice en sesión, si pretendemos que en ella se hable de un modo distinto al que se tiene por habitual en la vida corriente de las personas. El modelo de la hélice soporta una manera de concebir una apertura del aparato, con la cancelación del cierre ptolemaico y el renuevo de la situación originaria de seducción (Laplanche, 2001). Quizá, si logramos hacer espiral, podamos conseguirnos los giros que requiere nuestro destornillador (que no una llave) para desarmar cerraduras (Laplanche, 2001); o, si se quiere, formar el hilo de la broca que nos haga posible trabajar el bloque de mármol per via di levare (Freud, 1905 [1904]).
En nuestro diedro, la teoría del apuntalamiento, con la seducción originaria como su verdad y la distinción entre pulsión sexual y autoconservación como criterio teorético y práctico rector, plasma la exigencia de la Deutung psicoanalítica: señalamiento de algo más. Ese algo más querría apuntar al “pansexualismo” que reivindicara Laplanche: con el psicoanálisis es necesario poder discernir que no todo es sexual, pero en todo puede emerger algo de lo sexual. Esto define la relación entre pulsión sexual y autoconservación. Lo importante es que aquí el concepto del apuntalamiento no nos requiere, por ejemplo, asumir una noción estática de lo “natural” implicado en la constitución del aparato psíquico, ni establecer con fijeza inamovible qué sería lo superviviencial adaptativo para siempre en todo ser humano, de manera transcultural y ahistórica. El diedro propone, antes que unas formas estables e inmutables, inmanentes, que le serían propias tanto a lo sexual como a lo autoconservativo, unas modalidades de pasaje, de transformación y mutación; de metabolización, incluso. El uso del diedro como exigencia de trabajo permite clarificar la puesta en práctica de la desconfianza que debe tener el analista hacia toda meta adaptativa concreta como orientando el proceso de análisis. De ahí que el procedimiento psicoanalítico no sea counseling ni psicoeducación, un tratamiento moral. Utilizar el modelo del diedro orienta nuestra práctica en la medida en que obliga a estar advertidos de que si, por ejemplo, un sujeto habla durante una sesión sobre la avería del automóvil que su padre muerto le heredó, el asunto no consistirá para nosotros en indicarle dónde está el taller mecánico de confianza más cercano, sino en hacer las preguntas que permitan introducir, mediante la conversación, las vías de entrada o de producción para los elementos sexuales infantiles en el discurso del paciente, sobre los que habrán de concentrarse los esfuerzos de este y del analista. “Las preocupaciones diurnas, adaptativas”, como llama Laplanche a esa serie de fenómenos de la vida de las personas y que se presentan en las sesiones de análisis importan en la medida en que por esa vía quedan introducidos, producidos incluso, en la situación analítica los aspectos de la vida humana que conciernen al psicoanálisis. Para decirlo más claramente, y a propósito de la mención a las modalidades de pasaje, el diedro posibilita que la teoría, en la práctica, sexualice ámbitos prácticos de la vida de un paciente, que instiguen la emergencia de la pulsión de traducción ante el enigma reabierto en esa sexualización-sublimación (Laplanche, 1980c).
El diedro, con sus dos planos, da cuenta de la necesidad de pensar el lugar que lo sexual infantil tiene en el trabajo clínico. Pero para no correr el riesgo de hacer una interpretación paralelista o emergente de ella en la situación analítica, y en cambio apostar por la prioridad del otro (de la seducción y los mensajes comprometidos), parece necesario articular este esquema con el de la espiral, que permite precisar cómo se pone en marcha el trabajo analítico con el discurso del sujeto y la transferencia como posibilidad de apertura a la “herida” del otro. A su vez, y para ser justos, es la instalación de esa exigencia la que hace posible reinstaurar con precisión algo de la situación originaria por seducción, en la medida en que la autoconservación está abierta al otro, lo “llama” (Laplanche, 1998).
Los últimos párrafos nos plantean todavía una cuestión más, que deberemos dejar pendiente por ahora para abordarla con más propiedad en un esfuerzo futuro y en otro lugar: la articulación, tal como la plantea Laplanche (1987b), entre su diedro y la cubeta freudiana, o quizá laplancheana, porque es él mismo quien lleva ese modelo freudiano hasta sus últimas consecuencias, con el modelo de la cubeta enrollada y el modelo de la tangencia (también: de marginalidad, derivación) entre los círculos-circuitos de la pulsión sexual y de la autoconservación, y las vías de influencia recíproca entre ambos. Lo dejamos enunciado porque nos hemos hallado frente a otros dos modelos laplancheanos que son expresamente puestos en relación por él con el modelo del diedro. Por nuestro lado, quizá la tarea que nos concierna es la de intentar mostrar de manera más acabada cómo es que esa relación queda establecida también con el modelo de la espiral-hélice, puesto que la articulación entre la espiral y el diedro podría ser esclarecida mediante el problema de la tangencia: es posible que sea esta modalidad de derivación la que nos permita comprender cómo es que el pensamiento en psicoanálisis (en el psicoanálisis pero también en un psicoanálisis) puede adquirir la especificidad que le es propia y que lo distingue de otras modalidades de pensamiento presentes en la vida humana.
Notas
[1] Texto presentado en el I Coloquio Iberoamericano “Jean Laplanche”, el 21 de septiembre de 2024.
[2] Abordaremos sólo dos de estos cuatro títulos por cuestiones de extensión.
[3] En 1987 (año de publicación del original en francés), pero también en 2024 (año del I Coloquio).
[4] En lenguaje popular, aunque ya de forma incorporada por la RAE, “mula” puede emplearse para referir a aquella persona que contrabandea alguna cosa de un lugar a otro. En Chile, adicionalmente, como en otros países (p. ej., Argentina o Uruguay), “mula” sirve también para designar a una cosa o persona que es mentirosa, falsa.
[5] Las cursivas son del original.
[6] Las cursivas son nuestras.
[7] Contabilicemos al menos cuatro: la espiral, el diedro, la cubeta enrollada, la tangencia. Cabría discutir si estos últimos dos son realidad modelos distintos o más bien corresponden a uno solo. Por el momento, y dado que no son objeto de este trabajo, nos contentaremos con señalarlos como modelos distinguibles entre sí.
[8] Al respecto, sugerimos el excelente y sobre todo ilustrativo De la neurología al psicoanálisis. Los dibujos neurológicos y esquemas de la mente de Sigmund Freud, de Lynn Gamwell y Mark Solms, editado en castellano en 2019 por Paradiso, a propósito del 150° aniversario del nacimiento de Freud.
[9] Las cursivas son nuestras.
[10] Las cursivas son nuestras.
[11] Y, entonces, “se juntaron el hambre con las ganas de comer”.
Referencias
Green, A. & Widlöcher, D. (1989). La pulsión de muerte. Buenos Aires: Amorrortu
Freud, S. (2006). La interpretación de los sueños. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 5). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1900 [1899])
Freud, S. (2006). Sobre psicoterapia. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 7, pp. 243-257). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1905 [1904])
Freud, S. (2006). Pulsiones y destinos de pulsión. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 14, pp. 105-134). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1915)
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Freud, S. (2006). El yo y el ello. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 19, pp. 1-66). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1923)
Laplanche, J (1973). Vida y muerte en Psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (1980a). La angustia. Problemáticas I. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (1980b). Castración. Simbolizaciones. Problemáticas II. Buenos Aires: Amorrortu
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Laplanche, J. (1987a). El inconsciente y el ello. Problemáticas IV. Buenos Aires: Amorrortu
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Laplanche, J. (1989). Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (1996). La prioridad del otro en psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (1998). El extravío biologizante de la sexualidad en Freud. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (2001). Entre seducción e inspiración: el hombre. Buenos Aires: Amorrortu
Laplanche, J. (2012). El après-coup. Buenos Aires: Amorrortu
Deborah Golergant
Francisco Reiter
Gabriel Zárate
Mauricio Fernández Arcila
Lorenza Escardó
Magdalena Echegaray
Fabio Belo
Felippe Lattanzio