Apres-coup_Nº7_articulo_3
La actividad traductiva y la inspiración como bases del eje ético-existencial del narcisismo y del yo*
Luiz Carlos Tarelho
La propuesta presente en este título ha sido objeto de nuestra reflexión teórico-clínica en los últimos años y forma parte de una hipótesis presentada en las Journées Internationales Jean Laplanche de 2018, en un trabajo titulado Narcissisme, les forces de liaison et leurs sources [Narcisismo, las fuerzas de ligazón y sus fuentes] (Tarelho, 2020). En esa ocasión, la discusión se centró en la cuestión de la constitución de las fuerzas pulsionales que alimentan el narcisismo. Defendemos la idea de que la ligazón pulsional, que sostiene el narcisismo y se encuentra en la base del yo, es consecuencia de un proceso de simbolización impulsado por el adulto y gira alrededor de tres pilares: el cuerpo, el género y el sentido ético-existencial. Hoy, nuestro objetivo es profundizar en el análisis del eje del sentido ético-existencial. Este análisis busca entender cómo la actividad traductiva se articula con la noción de inspiración desarrollada por Laplanche, y cómo esa articulación está en la base de ese eje.
Según nuestra hipótesis esos tres ejes se entrelazan, como en la estructura de una construcción, para sostener el narcisismo, y van constituyéndose paralelamente, aunque en ritmos diferentes. En lo que respecta al cuerpo, desde Freud sabemos hasta qué punto desempeña un papel central en el proceso, pues, con su forma y sus contornos, es lo que en última instancia ayuda a construir la Gestalt, permitiendo dar una forma más o menos unificada al narcisismo. Una forma bastante paradójica, diremos de paso, pues la materia prima de esa imagen identificatoria no es inicialmente el propio cuerpo, sino el cuerpo del otro, percibido como totalidad. Laplanche se refiere a ese momento inicial, que consta de una serie de sedimentaciones de imágenes: «Imágenes de las cuales la primera, la más fundamental y también la más pobre, no es la de una persona determinada, sino la de un otro en su abstracción, o sea, la de otro cuerpo aprehendido como totalidad, un cuerpo que se define solo por la existencia de una envoltura que separa un “adentro” de un “afuera”» (Laplanche, 1970/1985, p. 139, subrayado del autor). A continuación se desarrolla un largo proceso de elaboración psíquica hasta que esa imagen inicial es sustituida gradualmente por la imagen del propio cuerpo, surgiendo poco a poco un sentimiento más consistente de constituir una individualidad. Ese largo proceso va mucho más allá de la imagen; incluye otros determinantes fundamentales como el vivenciar y habitar ese cuerpo en lo que respecta a la experiencia física, los afectos y la manera en que todo ello se simboliza a partir de la relación con el otro. Una relación que, por lo tanto, también implica una dimensión ética, en la medida en que el otro no solo influye directamente en la forma como el niño experimenta, percibe y representa su cuerpo, sino también en cómo se apropiarse de él.
En este proceso de construcción de la imagen identificatoria que tiene al cuerpo como centro existe un elemento fundamental que, aunque implica al cuerpo, no se reduce a él, y por eso mismo creemos que debe ser tratado como un eje paralelo. Se trata del género. Es verdad que tanto la representación del cuerpo como la propia experiencia corporal están marcadas por el género desde muy temprano. Pero ello no ocurre, inicialmente, por influencia de una base hormonal, ni tampoco por la percepción de la diferencia sexual, que tardan un tiempo en establecerse, sino por lo que Laplanche llama asignación: un proceso complejo de identificación del niño por el adulto que instituye un modo de representar y de ser que involucra la pertenencia a un género (Laplanche, 2007/2015, p. 166-167). Y lo que muestra la experiencia, principalmente clínica, es, por un lado, que esa asignación no siempre ocurre en consonancia con el cuerpo anatómico y, por otro, que, incluso cuando está en sintonía con ese cuerpo, necesariamente acarrea ruidos del inconsciente del adulto, y la representación que el niño construye de su cuerpo nunca es suficiente para contener completamente esos ruidos. De ahí la importancia de tomar el género como un eje central y, al mismo tiempo, paralelo y complementario al del cuerpo. La gran pregunta es cómo estos dos ejes se entrelazan, o no, en la construcción de la propia imagen en el plano del narcisismo y del yo. Para responderla hay que considerar también, manteniendo esta idea del entrelazamiento, un tercer eje, que es el del sentido ético-existencial del yo.
Siguiendo con la metáfora arquitectónica, este tercer eje del sentido ético-existencial es lo que viene a aportar equilibrio al edificio. Desde Freud, sabemos lo mucho que el yo depende del sentido, ya que, en su ardua tarea de mediar en los conflictos y de sublimar, la simbolización constituye su herramienta más eficaz. Con Laplanche aprendimos que la búsqueda compulsiva de sentido está vinculada a la necesidad de ligar lo desligado de lo sexual enigmático. Los dos primeros ejes descritos, del cuerpo y del género, también entran en este proceso de ligazón, que pasa por el sentido. Pero ahora debemos añadir otro elemento fundamental que a veces se nos escapa, y es la cuestión de la subjetivación, es decir, que el yo está destinado a convertirse en un ser pensante y dotado de un sentido existencial. Aquí estamos ante otro tipo de identificación, que no sólo complementa las identificaciones que constituyen los otros ejes, sino que les da consistencia, en la medida en que confiere al yo un estatuto de «sujeto». Sabemos por Jean-Marc Dupeu (2020, p. 132), quien también aborda esta cuestión de la subjetivación, que Laplanche tenía sus reservas respecto a la noción de sujeto; decía que los psicoanalistas, en el mejor de los casos, solo podemos hablar de subjetivación. Pues bien, aquí se trata de ese proceso de subjetivación, a través del cual el yo adquiere gradualmente la sensación, aunque sea limitada, de existir como ser pensante y capaz de atribuirse un sentido existencial. Nuestra hipótesis es que este eje, por concentrar el poder de atribución de sentido, viene a dar consistencia a los otros dos, funcionando así como una especie de garante de sostén del edificio. En las páginas que siguen analizaremos algunos elementos que ayudan a pensar la constitución de este eje.
Lo primero que debemos preguntarnos aquí es cuál sería el soporte comunicativo de ese eje ético-existencial. Laplanche identificó, en la comunicación adulto-niño, dos tipos de lenguajes que funcionan como portadores del inconsciente sexual en el proceso de seducción. Uno es el lenguaje del cuerpo, de los cuidados corporales aportados por el adulto. Este lenguaje se sitúa en el plano de la autoconservación y del apego, y corresponde a lo que aquí denominamos el eje del cuerpo. El otro, según el propio Laplanche, corresponde al plano de la asignación de género. En sus palabras: «la comunicación no pasa solamente por el lenguaje del cuerpo, por los cuidados corporales; está también el código social, la lengua social, están también los mensajes del socius: estos son principalmente los mensajes de asignación de género» (Laplanche, 2003/2006, p. 168-169, cursivas del autor).
En 2020 presentamos la hipótesis de que este lenguaje social también incluye, junto a la asignación de género, la asignación de un sentido ético-existencial al niño. Esta hipótesis parece estar en sintonía con el trabajo de Viviane Chétrit-Vatine (2019, p. 313-315), quien propone que la seducción también comporta una dimensión ética, una responsabilidad asimétrica del adulto en lo que respecta al mantenimiento de la vida del niño y a la garantía de un espacio propio de existencia para él [2]. Entendemos que esta dimensión ética constituye un nivel fundamental del lenguaje social y corresponde a la asignación de un sentido ético-existencial al niño, cuya base es el reconocimiento del otro como distinto de mí. Sin este reconocimiento, el yo no se sostiene y la propia comunicación carecería de fundamento. En aquella ocasión también planteamos que la construcción del sentido ético-existencial implica la actividad traductiva por parte del niño, pues ella está en la base del proceso de ligazón y simbolización del que depende su posibilidad de autoteorizarse y de construir, así, una versión privada de sí mismo (Tarelho, 2020, p. 117). Hoy queremos añadir que la actividad traductiva debe entenderse como parte de un proceso donde la inspiración juega un papel igualmente importante y hasta complementario.
Nuestro segundo punto, que parece inevitable aquí, será retomar la discusión sobre la actividad traductiva. Grosso modo, puede decirse que esta discusión ha sido capturada entre dos polos: por un lado están los que, siguiendo a Silvia Bleichmar (Carvalho, 2020), defienden que la actividad traductiva deriva directamente de la intervención del adulto, ya que no puede ocurrir antes de la constitución del yo; por otro lado, quienes sostienen, al parecer siguiendo al propio Laplanche – como Calich (2020) – que ella deriva de los propios montajes instintivos. En mi trabajo de 2020 (cf. supra) podemos identificar una cierta oscilación respecto a esas dos alternativas. Hoy estoy convencido de que esa tensión no se encuentra en el pensamiento de Laplanche, además de no encontrar apoyo en el proceso de constitución del yo, como vengo defendiendo últimamente (Tarelho, 2021).
En lo que respecta al pensamiento laplancheano sobre este tema, desde muy temprano Laplanche insistió en defender que la capacidad de manejar códigos aparece antes de la constitución del yo-instancia, siendo fruto de la interacción entre las disposiciones presentes en los montajes instintivos y el estímulo recibido desde fuera. En una de las entradas de los Nuevos fundamentos para el psicoanálisis, titulada justamente El niño como protagonista, se refiere a las investigaciones sobre este protagonismo: «No hay razón para rechazar por anticipado ningún resultado de la observación. ¡Nos da un poco de vergüenza tener que decirlo!» (Laplanche, 1987/1989, p. 96). Y en la siguiente entrada, titulada Un individuo biopsiquico, continúa diciendo que «sería aberrante la idea de un lactante puro organismo, pura máquina, sobre el cual vendría a injertarse no sé qué, un alma, un psiquismo. La observación más simple de un recién nacido muestra comportamientos que tienen un sentido y, además, comportamientos comunicativos» (Idem, p. 97). En trabajos posteriores, Laplanche sigue insistiendo en la necesidad de tener en cuenta las investigaciones realizadas por los observadores del desarrollo infantil, sobre todo las que se enmarcan en la teoría del apego. Ellas muestran claramente que existe desde muy temprano, en el plano de la autoconservación, una relación de reciprocidad y comunicación, un intercambio de mensajes adulto-niño basado en una capacidad «en gran parte de origen innato» (Laplanche, 2007/2015, p. 57). Una autora que trabaja en esta dirección es Monique Bydlowski (2016).
En esa misma línea de pensamiento, hay razones para suponer que existe una predisposición a la actividad traductiva en los montajes instintivos del niño, pues la capacidad de manejar códigos, indispensable para la relación comunicativa, también implica la capacidad de operar sustituciones significantes. Evidentemente, esto no significa que el bebé ya venga al mundo traduciendo. La cuestión debe plantearse de otra forma, pues lo que está en juego no es si el niño tiene predisposiciones innatas para la actividad traductiva, sino si esas predisposiciones se ponen en funcionamiento antes de la constitución del yo-instancia. Ese es el punto sobre el que Laplanche insiste tanto. Para él, la constitución del yo-instancia viene a cambiar y a organizar la relación del niño con el mundo en función de la concentración de la libido en el yo y del «cierre» que favorece, pero no es la primera forma de esa relación ni de la capacidad de representar (1987/1992, p. 99-100). Esa relación se inicia mucho antes de la constitución del yo e implica funciones y capacidades vinculadas al plano de la autoconservación, de lo vital, presentes desde el inicio [3]. Y aquí encontramos otra cuestión fundamental: cómo se dará esa relación interna entre el plano de lo vital y el plano de lo sexual, teniendo como telón de fondo esas funciones y esas capacidades.
Por otro lado, admitir algún protagonismo del niño en este proceso traductivo no anula el hecho de que tanto la necesidad de simbolizar como el estímulo a traducir vienen del exterior. La necesidad viene, como indica Laplanche, de lo sexual enigmático del otro, que produce un desequilibrio en el sistema autoconservativo, tanto en términos energéticos como en términos representativos, por falta de código. Y Laplanche (2007/2015, p. 202) es el primero en admitir que el niño depende del mundo adulto para realizar la traducción, pues ese mundo le aporta los códigos y esquemas narrativos; pero él no se dedicó a pensar más detenidamente sobre este papel del adulto. Aquí incluso remite a las contribuciones de Silvia Bleichmar (Laplanche, 1999, p. 143, nota 18), que siguen siendo una referencia importante. Sin embargo, en contradicción con Laplanche en este punto, ella terminó contribuyendo a difundir la idea, equivocada en nuestra opinión, de que la capacidad del niño para manejar códigos no aparece antes de la constitución del yo-instancia, lo que implica desconocer cualquier protagonismo del niño en esa constitución. Por nuestra parte, estamos dispuestos a defender, como lo hicimos recientemente (Tarelho, 2021), que no se puede desconectar esas dos facetas: aunque es necesario admitir la existencia de una actividad traductiva funcionando, aunque sea rudimentariamente, antes de la constitución del yo-instancia, no se puede negar hasta qué punto la evolución de esa actividad depende del estímulo procedente del mundo adulto, que también funciona como agente traductor para el niño. Lo que resulta innegable, en nuestra opinión, es la participación del niño en ese trabajo de traducción que desemboca en la constitución del yo-instancia, pues de lo contrario estaríamos ante una verdadera aporía: suponer que la instancia de autorrepresentación puede constituirse sin que su titular tenga un papel activo en esa constitución, o suponer que dicha instancia, que representa un intento de autocierre, puede surgir sin que el niño participe de ese autocierre.
Así, con esta visión complementaria intermedia, nos reposicionamos en esta discusión sobre la actividad traductiva reafirmando que ella ocupa un lugar central, fundamental, en el eje ético-existencial. Fundamental porque ese eje se basa, en última instancia, en la actividad traductiva, gracias a la cual el niño tiene la posibilidad de autoteorizarse y diferenciarse del otro para ir construyendo una versión privada de sí mismo. Como dijimos, este eje está vinculado a una comunicación social y depende del grado en que los adultos cuidadores están atravesados por una dimensión ética en su clivaje psíquico, dimensión que no solo implica el reconocimiento del niño como otro ser, sino también el deseo de que pueda autoafirmarse como traductor. En este sentido, el potencial traductivo del niño necesita encontrar, para afirmarse y desarrollarse, ese doble vector que viene de fuera: por un lado, el mensaje enigmático como interpelación, que lo activa, y por otro, el deseo del adulto de que el niño se convierta en un sujeto capaz de construir un sentido existencial singular para sí mismo, aunque ese sentido necesite, en cierto modo, por lo menos hacer referencia al adulto, para que el creador se reconozca en la criatura.
Aquí es donde parece pertinente introducir la cuestión de la inspiración, pues, como veremos, está relacionada con la actividad traductiva y el sentido ético existencial. El texto central de Laplanche sobre este tema es «Sublimation et/ou inspiration» (1999/2016). En ese texto, más allá de hacer un balance crítico del concepto de sublimación – uno de los menos elaborados por Freud -, Laplanche muestra hasta qué punto la teoría de la seducción generalizada, junto con la cuestión del enigma, contribuye a la profundización de ese importante concepto. Aquí no se trata de retomar los detalles de la discusión, pues nuestro enfoque es otro, sino solo de recordar que la idea de inspiración es introducida por Laplanche para intentar dar cuenta de una dimensión de la sublimación, en cierto modo ya indicada por Freud, que estaría en la base de los procesos creativos del yo y de lo que Freud denomina pulsión de saber.
Laplanche entiende la sublimación como el proceso general de transposición de la pulsión de muerte (sexual desligado) en pulsión de vida (sexual ligado), considerándola como un movimiento que oscila entre dos polos, que él llama, respectivamente, síntoma e inspiración (Laplanche, 1999/2016, p. 45). El polo del síntoma es la derivación de lo sexual a partir del retorno de lo reprimido en una forma más bruta y desligada, que necesita someterse a un trabajo de simbolización para poder adecuarse a patrones socialmente valorados. El polo de la inspiración también involucra la sexualidad, pero en su estado aún embrionario, es decir, antes de transformarse en pulsión de muerte por el proceso de represión, que designifica el significante enigmático. Para Laplanche, la inspiración deriva directamente de la represión e implica que, pese a ese proceso de designificación, se mantiene activa la dimensión del enigma. Si, para el yo, la represión supone un no querer saber absolutamente nada sobre lo que no puede integrar, la inspiración supone que, aún desconociendo el contenido, el yo puede tolerar el hecho y mantener la idea de que hay algo que no sabe y no es capaz de integrar. En palabras de Laplanche, sería algo como: «Lo sé; y de lo que no sé, no quiero saber nada respecto de su contenido; “pero aun así” presiento – para siempre – que no sé» (1999/2001, p. 263). En ese sentido, la inspiración constituye ese impulso que mueve al sujeto a una búsqueda interminable de algo que ni siquiera él sabe lo que es.
Según Laplanche, esta derivación de la inspiración directamente del proceso de represión fue señalada por el propio Freud en su análisis sobre la vocación de investigación de Leonardo. Para Freud, existiría una sublimación originaria que, evitando la represión, se transformaría directamente en deseo de saber. Laplanche retoma este análisis freudiano para defender la idea de que esa forma originaria de sublimación implica, como vimos, una represión que mantiene la dimensión del enigma presente en el mensaje del otro. Para él, esta dimensión enigmática es justamente la que impulsa, a partir del otro – en un movimiento centrípeto -, ese proceso que llama inspiración y que se encuentra en la base del proceso creativo y de la investigación.
El término «investigación» nos lleva a otro texto de Laplanche, en el que presenta un esbozo del que acabamos de citar, donde dice que Freud no es muy claro sobre ese término, y hace la siguiente observación al respecto:
«Aquí hay que tener cuidado con el término investigación. No se trata de la investigación puramente científica, ni tampoco puramente intelectual. Es una investigación que involucra la curiosidad más existencial, el cuestionamiento más profundo, el cuestionamiento sobre la verdad de los seres, y no una investigación puramente técnica». (Laplanche, 1998/2020, p. 28).
Esta precisión terminológica introduce algo que resuena con la cuestión de nuestro tercer eje, el del sentido ético-existencial. Lo que Laplanche sugiere en ese párrafo es que la inspiración mantiene una relación con el cuestionamiento sobre la condición humana, sobre el sentido de la existencia. Pero no se trata de una cuestión trascendente. A partir de otro pasaje del texto podemos inferir que esa cuestión existencial se ubica en el contexto de la relación con el otro humano. En un párrafo donde habla del enigma del ser, Laplanche recurre a una frase de Bonnefoy sobre Giacometti que él sugiere generalizar y que dice lo siguiente: «No hay pensamiento del ser más que en el encuentro de los seres» (Laplanche, 1999/2001, p. 267).
La pregunta que queda abierta en estos pasajes es por qué la inspiración está relacionada con la curiosidad existencial. Una pregunta para la que Laplanche no propone ninguna respuesta y que no deja de ser enigmática. Por nuestra parte, creemos que es posible proponer dos hipótesis para responderla. La primera es que la investigación que involucra la curiosidad existencial está directamente vinculada a lo que identificamos como el eje del sentido ético-existencial. La segunda es que la inspiración mantiene una relación privilegiada con lo enigmático vinculado a ese eje, pues, como supone Laplanche, él es el gran catalizador de la pulsión de vida. Si la pulsión de vida es, en cierta medida, tributaria de la construcción de un sentido existencial, entonces la relación se justifica, pues el eje ético-existencial, más que los otros dos, introduce necesariamente un cuestionamiento sobre lo que Laplanche llama la «verdad de los seres». En mi opinión, esa «verdad» está relacionada con la cuestión ético-existencial, es decir, con el sentido que el adulto atribuye al niño en lo que respecta al lugar que ocupa en la relación con ese adulto y con el mundo. En otras palabras, mi interpretación es que la inspiración asume su forma más plena en el eje del sentido ético-existencial, pues en él se trata del lugar asignado por el adulto al niño como igual: alguien capaz no solo de crear, sino también de realizar esa magia humana que es la creación de sentido, comenzando por el sentido de sí mismo
Todo esto implicaría admitir que, al menos en el eje ético-existencial, lo que está en la base de la inspiración involucra algo más que lo descrito por Laplanche como el presentimiento de no saber, que impulsa a querer saber. Aunque eso fuera válido para los otros dos ejes, en el caso del eje que constituye el sentido ético-existencial parece necesario admitir un presentimiento de que el otro quiere que se sepa. Ese deseo es fundamental para que surja la cuestión del ser, puesto que vehiculiza algo que atañe al reconocimiento del niño como otro distinto del adulto y como capaz de pensar, por lo tanto de traducir. Así, aunque la inspiración supone una alteridad, una apertura por el otro y hacia el otro, no deja de ser fundamental en el proceso de subjetivación. Diríamos que, en el plano ético-existencial, la inspiración es una especie de aliento enigmático que, viniendo del otro, tiene el poder de dar vida, pues activa el potencial traductivo del niño hacia la búsqueda de un sentido existencial para sí mismo a partir del sentido que le fue conferido por el otro, y que de algún modo incluye un reconocimiento del niño como ser pensante y distinto de ese otro.
Por lo tanto, otra hipótesis que parece derivar de esta reflexión es que la inspiración, que ocurre dentro del eje ético-existencial, tiene un papel central en la activación de la actividad traductiva. Porque el mensaje enigmático que caracteriza ese eje pasa por el reconocimiento del niño como semejante en la cuestión de la subjetivación – de convertirse en ser pensante-, lo que involucra directamente su potencial traductivo.
Hasta aquí seguimos un hilo que, para muchos, conlleva un riesgo de cierto flirteo con la filosofía del sujeto. Aunque no podamos descartar completamente ese riesgo, esta reflexión nos sigue pareciendo indispensable: pensamos que el psicoanálisis no puede esquivar la cuestión de la subjetivación, pues ella es constitutiva del yo. Pero es hora de tirar del otro hilo, lo que tal vez ayude a equilibrar mejor la balanza. Cuando, en su texto, Laplanche pasa del polo más repetitivo de la sublimación al polo más creativo de la inspiración advierte que, en este caso, solo en apariencia navegamos en aguas más tranquilas (ibid., p. 46). De hecho, no podría ser de otro modo, en la medida en que la inspiración también deriva de lo enigmático que caracteriza a la sexualidad en su origen. Por lo tanto, incluso en ese eje del sentido ético-existencial (que supone que el adulto reconozca al niño, de cuya supervivencia y proceso de subjetivación es responsable, como un otro distinto de sí mismo), incluso en ese eje que convoca el lado más racional y más ético del adulto, la inspiración no pierde su raíz pulsional. Como destaca Laplanche (ibid., p. 50), la inspiración nunca es pura. En otras palabras, también viene acompañada de elementos del polo del síntoma, sea desde la perspectiva de la neurosis, de la perversión o de la psicosis.
Además, vale la pena recordar que la interferencia de elementos del polo del síntoma también pasa por la mediación del narcisismo del adulto, que, pese a su relación con lo ligado de la pulsión, está atravesado por la dinámica especular de la rivalidad, pues su origen estuvo marcado por la necesidad de autocentramiento frente a la amenaza que representa el otro. Esa amenaza resurge siempre en las relaciones amorosas, incluso cuando el otro es un niño en estado de desamparo, pues ese desamparo se convierte rápidamente en una exigencia de cuidado y amor que puede amenazar incluso las economías narcisistas más estables.
Por cierto, es precisamente por esas razones que el eje del sentido ético-existencial también incluye, como los ejes del cuidado corporal y la asignación de género, un nivel de seducción. Seducción en el sentido originario, es decir, el sentido ineluctable que Laplanche le atribuye en el marco de la Situación Antropológica Fundamental. Por un lado, el proceso de subjetivación depende de la intervención del adulto, con su aporte de mensajes anclados en ideales que sitúan al niño como objeto total; por otro lado, esa intervención también convoca el inconsciente del adulto, donde, en el mejor de los casos, lo que predomina es el objeto parcial. De modo que, incluso cuando ocurre en la dirección necesaria y esperada de la subjetivación, la asignación del sentido ético-existencial supone ruidos provenientes del inconsciente del adulto y de su inestabilidad narcisista. Esos ruidos, que exigen del niño un trabajo de elaboración para que tenga lugar el proceso de construcción de un sentido existencial que apunta a su emancipación, pueden desde potenciar la inspiración – que tiene una relación privilegiada con ese eje -, pasando por una posición intermedia donde hay una especie de competencia de fuerzas, hasta, en el otro extremo, comprometer considerablemente la fuerza del polo creativo de la sublimación.
En el extremo donde se ve afectada la inspiración y, con ella, la actividad traductiva, las patologías narcisistas son las que más destacan, pues el resultado de esa afectación es justamente un grave empobrecimiento de la base narcísica del yo. Esto no solo ocurre porque el sentido ético-existencial constituye uno de los ejes del narcisismo, sino también porque, según nuestra hipótesis, ese eje ocupa un lugar central en el proceso que desemboca en el ensamblaje de los tres ejes. Como lo defendí en 2020 (p. 119), pienso que la unificación operada por el narcisismo también depende de la articulación de esos tres ejes. En este contexto también puede entenderse lo que Freud (1914/1989, p. 74) llamó «nueva acción psíquica» en el proceso de constitución del narcisismo. Esa acción psíquica es, en verdad, plural. En cada uno de los ejes se produce un trabajo de síntesis y una unificación. Pero la fuerza del narcisismo depende directamente de la articulación de esos tres ejes en el plano identificatorio. Y esa articulación es un trabajo de ligazón donde el eje del sentido ético-existencial contribuye de manera esencial, pues la producción de sentido, cuyas principales herramientas son la inspiración y la actividad traductiva, constituye su núcleo.
Esta articulación de los tres ejes suele ser más fácil de percibir cuando falla que cuando tiene éxito. La falta o la ineficacia del sentido ético-existencial puede obligar al yo a sobrecargar uno de los otros dos ejes o, algunas veces, ambos al mismo tiempo. Hace ya tiempo sabemos que el eje del cuerpo asume una vicarianza cuando el eje ético-existencial entra en declive. Hoy comenzamos a entender hasta qué punto el eje del género también asume esa función. Evidentemente, lo inverso también es verdad. Muchas veces el eje del sentido ético-existencial debe asumir esa vicarianza, pues los otros dos, o al menos uno de ellos, fallan en su función de sostener el narcisismo. En este sentido, puede decirse que existe una relación de complementariedad entre los tres ejes. Pero el narcisismo adquiere su fuerza de la articulación entre ellos, y esa articulación pasa por la capacidad de atribuir un sentido identificatorio que abarque los tres ejes.
Así, el narcisismo tiene en una de sus bases al eje del cuerpo, que se irá asentando gradualmente como sede del yo. Para ello deben enfrentarse varios desafíos. Desafíos que van desde el desarrollo de una imagen unificada, una Gestalt que permite reconocer los contornos del cuerpo – un «adentro» y un “afuera»-, pasando por la identificación de sus necesidades específicas, hasta llegar a la apropiación de ese cuerpo como algo propio. Todo ello a partir de una relación con el adulto que aporta tanto los elementos de ligazón para la identificación como los elementos inconscientes, que interfieren y obstaculizan ese trabajo.
En otra base tenemos el eje del género, que está en estrecha relación con el del cuerpo, pero que también sufre una colonización, tanto consciente como inconsciente, por el mundo adulto. Por lo tanto, una doble colonización que, por un lado, contribuye a identificar y a ligar a través de la asignación de género y, por otro, instaura dudas e incertidumbres a través de los ruidos inconscientes que conlleva. Por eso, esa identificación que viene de fuera también supone una serie de desafíos a ser enfrentados para construir una identidad sexual que funcione como base narcísica. Entre estos desafíos podemos destacar: a) que esa identificación desde el exterior esté suficientemente en sintonía con el cuerpo del niño, con sus vivencias tanto corporales como subjetivas y con sus propias percepciones identificatorias; b) que esa asignación pueda ser suficientemente retomada y reinterpretada por el niño, y c) que los elementos del inconsciente del adulto presentes en la asignación también puedan ser objeto de un trabajo traductivo y represor por parte del niño.
Finalmente, la tercera base, que corresponde al eje del sentido ético-existencial, implica la posibilidad de que el niño se vea no solo como alguien diferente de los adultos que lo cuidan, sino también como reconocido por ellos como alguien con el derecho y la capacidad de reformular el sentido existencial que le atribuyeron. En otras palabras, alguien que ha sido reconocido como traductor, pudiendo entonces llegar a ser autor. Ahora bien, el trabajo de traducción y autoría que se desarrolla en este eje es lo que permite al yo hacer el trabajo necesario de construcción de sentido, no solo en cada uno de los tres ejes, tomados individualmente, sino también para su articulación, en la formación de una trama de sentidos e identificaciones que constituyen la base del narcisismo y del yo.
Permítanme terminar esta reflexión diciendo, en la estela de Laplanche, que lo que está presente como fundamento en los orígenes del sujeto encuentra su lugar también en la situación analítica. En este caso, se trata de la posición ética del psicoanálisis y del analista. ¿Acaso nuestro trabajo no implica también una postura ética, que es la de ayudar al analizando a retomar el trabajo de traducción y autoría que la alteridad del inconsciente y del otro vino a obstaculizar?
Notas
[1✴︎] «A atividade tradutiva e a inspiração como bases do eixo ético-existencial do narcisismo e do Eu». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022. Traducción: Deborah Golergant
[2] Aquí no podemos dejar de mencionar el trabajo de Silvia Bleichmar en su libro La construcción del sujeto ético (Paidós, 2001), que también enfatiza la importancia del reconocimiento del niño como ser total en este proceso.
[3] A lo largo de su obra, Laplanche insiste en que esta cuestión gira en torno a la confusión entre lo autoconservativo/instintivo y lo sexual/psíquico. Una confusión que es práctica antes que teórica, pues, en la propia constitución del psiquismo, el hecho práctico de que la sexualidad vaya dominando y desplazando progresivamente a lo autoconservativo – que desde el comienzo es deficiente en el ser humano – llevó a desestimar, progresivamente también en el plano teórico, el papel de lo autoconservativo en esa constitución.
Referencias
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Tarelho, L. C. (2020). Narcissisme, les forces de liaison et leurs sources. in Tessier, H. et Dejours, C. (org.). Narcissisme et « sexual » dans l’œuvre de Jean Laplanche, Paris : PUF, p. 101-125.
Tarelho, L. C. (2021). Novas contribuições para a discussão sobre a atividade tradutiva da criança e seu protagonismo na constituição da tópica psíquica. In: Calibán – Revista Latino-americana de Psicanálise, v. 19, n. 1-2, p. 124-139.
Deborah Golergant
Jacques André
«Les sublimations, finalités sans fin», en Revue française de psychanalyse, 2005/5 Vol. 69. PUF, 2005.
Kenia Ballvé Behr
«Da sublimação à inspiração. Uma abertura a o enigma e à alteridade». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.
Luiz Carlos Tarelho
«A atividade tradutiva e a inspiração como bases do eixo ético-existencial do narcisismo e do Eu». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.
Pedro Cattapan
«Sobre a inspiração artística». En Da Violência Pulsional Ao Ato de Criação Artística. Cap. III (1). Disertación presentada en el Programa de Posgrado en Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, 2009.
Fábio Belo
«Estética da existência tradutiva: o Eu como tradutor de si e do outro». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.
Pedro Cattapan
«La fascinación». En Da Violência Pulsional Ao Ato de Criação Artística. Cap. III (3). Disertación presentada en el Programa de Posgrado en Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, 2009.
Dominique Scarfone
«De la disponibilité au transfert. La leçon d’Hamlet». En Rev. franç. Psychosom., 53 / 2018.