Apres-coup_Nº6_articulo_10

La realidad psíquico-pulsional y el problema mente-cuerpo en el pensamiento de Jean Laplanche*

Deborah Golergant

Preámbulo

 

Comencé a pensar sobre el aporte de Laplanche al tratamiento del problema filosófico mente-cuerpo en el año 2014, cuando escribí la Presentación para el número 8 de la revista Alter – titulado “Cuerpo erógeno” -, un pequeño texto inspirado en los artículos incluidos en el número. Con ese título quisimos rendir un homenaje a Ch. Dejours (2001 a), quien distingue entre un cuerpo fisiológico y un cuerpo erógeno constituido a partir de aquél, en un proceso – que en psicoanálisis llamamos apuntalamiento – que él describe con el término de “subversión libidinal”. Posteriormente, preparé un seminario sobre Psicosomática [2], que dicté en el primer semestre de 2018, en cuya introducción intenté hacer un breve repaso de las teorías filosóficas sobre la relación mente-cuerpo y sobre el aporte que podía hacerse desde el psicoanálisis a la reflexión sobre esa cuestión milenaria. Algunos años más tarde, en el contexto de un grupo interdisciplinario de investigación de la PUC [3] llamado “Mente y lenguaje” (conformado por lingüistas, filósofos, antropólogos, psicólogos y psicoanalistas), presenté un trabajo donde me centré, más que en la distinción entre “cuerpo fisiológico” y “cuerpo erógeno”, en aquélla entre la “mente”, en un sentido psicológico, y lo que en psicoanálisis llamamos “aparato psíquico”. Con ese propósito, me propuse comentar y discutir algunas ideas de la teoría intersubjetiva de la construcción del significado, tal como la plantea P. Quintanilla en su excelente libro La comprensión del otro [4]. Finalmente, en un trabajo más reciente titulado «Realidad psíquica y filosofía del sujeto», continué desarrollando estas ideas a partir de una crítica de la propuesta de Marcia Cavell (1993) en su libro La mente psicoanalítica. De Freud a la filosofía. Ahí incluyo un apartado que anticipa de manera más evidente la elaboración que presentaré aquí. En ese apartado, titulado «Realidad psíquica y problema de la relación mente-cuerpo», escribo: «…en lugar de preguntar cómo surge lo mental a partir de lo somático o material, nos preguntamos cómo surge lo psíquico-pulsional (adquirido) a partir de lo psicológico–instintivo (innato) […] Es el cuidador, con su aparato psíquico y su sexualidad infantil […] quien hace posible que el cuerpo autoconservativo se convierta en un cuerpo erógeno (Dejours, 2001), que funciones mentales o psicológicas innatas sirvan de base para que el niño construya significados individuales, que el deseo y la angustia puedan llegar a tener más fuerza que la necesidad» (2024, p. 12).  

 

Pongo en evidencia, entonces, el trayecto que me ha llevado a escribir el texto que presento a continuación y, al hacerlo, pienso en la importancia que daba Laplanche a la historia del desarrollo de las ideas, historia cuyo registro es lo que eventualmente nos permite “hacerlas trabajar” con el método psicoanalítico.

 

Introducción

 

Hablaré de realidad “psíquico-pulsional», enlazando estos dos términos con un guión, porque, a lo largo de su obra, Laplanche nos hace ver que la realidad psíquica, y en particular la realidad del inconsciente, está necesariamente ligada a la pulsión. Para guiarnos en la comprensión de esta realidad, desarrolla un estudio sobre la distinción y la relación entre, por un lado, la realidad psíquica y la realidad psicológica y, por otro, la pulsión y el instinto. 

 

Siguiendo a Laplanche, entonces, comenzaré abordando la distinción y la relación entre dos realidades psicobiológicas: la realidad psíquico-pulsional y la que llamaré psicológico-instintiva. Luego, a partir de ese abordaje, indicaré tres confusiones, sobre las que Laplanche llama la atención, entre los campos de estudio del psicoanálisis y la psicología, para exponer, en un tercer momento, lo que considero su posición y su aporte respecto al problema mente-cuerpo. Antes de concluir, mencionaré brevemente cómo se ubican las dos realidades psicobiológicas  a las que nos vamos a referir en relación con la práctica analítica.

 

I. Dos realidades psicobiológicas

 

A. La distinción [5]

 

La realidad psicológico-instintiva, que es la del mundo animal en general, consiste en mecanismos psicobiológicos heredados genéticamente que posibilitan una adecuada adaptación al medio (por ejemplo, los de la ingestión y la digestión). Estos mecanismos innatos están vinculados a sensaciones – como hambre, alerta, placer o dolor – y procesos cognitivos – como percepción, atención, memoria o aprendizaje – cuya función es favorecer conductas dirigidas a satisfacer necesidades relativas a la autoconservación y la conservación de la especie. Entre estas conductas encontramos, por ejemplo, la búsqueda de alimento, la huida de situaciones peligrosas y el apareamiento. Laplanche (2000 a, p.16-17) nota que en ciertas especies, entre las que nos incluimos, algunas funciones vitales necesitan al comienzo, para hacerse efectivas, de ese vínculo fundamental, también instintivo, que llamamos apego; por ejemplo, la auto regulación de la temperatura corporal se establece gradualmente en el seno de dicho vínculo. En este dominio, la conducta está en gran medida movida por el instinto, y su estudio corresponde a la psicología.

 

Por su parte, la realidad psíquico-pulsional, específicamente humana, consiste en mecanismos psicobiológicos adquiridos y no necesariamente adaptativos (por ejemplo, los de la introyección y la represión). Estos mecanismos están vinculados a la construcción de significados individuales y al necesario fracaso, más o menos parcial, de esa construcción [6]. Significados mejor o peor logrados asociados a conductas que responden al deseo, más allá de la necesidad, y a la angustia, más allá del peligro exterior. En cuanto al comportamiento sexual, aquí no obedece al instinto de conservación de la especie, lo que Freud (1905) deja claro en su teoría sobre la sexualidad humana, que incluye la génesis del deseo de un hijo en la mujer. Laplanche (2007) se refiere a una sexualidad  ampliada para enfatizar que ella se constituye en la primera infancia – por oposición al instinto sexual puberal – y es inseparable de la fantasía inconsciente. La realidad psíquico-pulsional es requisito de fenómenos como la creación, la ironía, la fe, la ambivalencia afectiva, la psicopatología de la vida cotidiana y la gran variedad de síntomas y pasajes al acto, siempre más o menos (auto-) destructivos, que no responden a una agresividad adaptativa. En este dominio, la conducta está en gran medida movida por la pulsión, y su estudio corresponde al psicoanálisis [7]. 

 

B. La relación [8]

 

Desde Freud (1905), con el término “apuntalamiento” (Anlehnung), entendemos la relación entre las dos realidades psicobiológicas descritas como una relación de apoyo: la realidad psíquico-pulsional se constituye apoyándose en la realidad psicológico-instintiva [9]. Por ejemplo, el mecanismo psíquico-pulsional de la introyección del pecho se constituye apoyándose en el mecanismo psicológico-instintivo de la ingestión de la leche, y ello gracias a relaciones de contigüidad entre los objetos en cuestión – el pecho y la leche se encuentran juntos -, así como de analogía entre las metas – en ambos casos se trata de colocar a los objetos en el interior. 

 

Ahora bien, lo que aporta Laplanche a esta comprensión es que la realidad psíquico-pulsional (inicialmente el objeto introyectado, protector / atacante) no emerge espontáneamente a partir de la realidad psicológico-instintiva (la satisfacción y la frustración de las necesidades vitales del bebé) [10]. El requisito adicional fundamental es la intervención, en el vínculo de apego, de la realidad psíquico-pulsional del adulto: sus propios objetos internos, sus fantasías conscientes e inconscientes, su narcisismo, su sexualidad infantil… Laplanche llama seducción originaria a esa intervención, que se materializa en mensajes enigmáticos dirigidos al infante. Mensajes inicialmente no verbales – comportamientos, gestos, caricias, miradas, tonos de voz, etc.- comprometidos por el inconsciente del emisor: olvidos, descuidos, conductas sintomáticas y, en ocasiones, pasajes al acto más o menos violentos del adulto durante la relación de apego. Por su parte, el bebé no nace preparado para hacer frente a esos mensajes, encontrándose de entrada en una posición de traumatismo que lo empuja a traducirlos, après-coup, como mejor puede. Para distinguir esta relación originaria adulto-niño, donde «la asimetría es estructurante», de la relación simétrica de apego en otras especies, Laplanche (1999 / 2001, p. 10) acuñará el término de situación antropológica fundamental.

 

En síntesis, aunque la constitución de la realidad psíquico-pulsional se apoya necesariamente en la preexistencia de la realidad psicológico-instintiva, no emerge espontáneamente a partir de ella. Esta idea puede resumirse en una conocida frase de Laplanche (1980/1987 a, p. 98): la seducción es la verdad del apuntalamiento.  

 

Por otro lado, encontramos una relación entre las dos realidades que, en cierto modo, va en el sentido inverso del apuntalamiento. En efecto, en un segundo tiempo, la realidad psicológico-instintiva se apoya en, o cede el mando a, la realidad psíquico-pulsional; de hecho, la primera se ve en gran medida interferida, invadida, incluso desplazada y relevada por la segunda. Así, por ejemplo, Laplanche observa que los humanos, una vez constituidos como sujetos psíquico-pulsionales, nos mantenemos vivos por amor al yo y al objeto, por deseo de vivir más que por instinto de autoconservación. 

 

Este fenómeno de invasión de la realidad psicológico-instintiva por la realidad psíquico-pulsional crea las zonas erógenas y hace que el organismo se convierta en un yo-cuerpo investido de libido y atravesado por la angustia. Puede llevar a que ciertas funciones vitales se vean perturbadas y contribuir a que desarrollemos enfermedades somáticas. En el mismo sentido, hablamos de problemas de atención y/o de aprendizaje por “intervención de factores emocionales”, y nos fiamos de las pruebas psicológicas llamadas “proyectivas” justamente porque, en nuestra especie, las funciones de la percepción y la atención se ven interferidas por significados y fantasías individuales, conscientes e inconscientes [11]. Este fenómeno nos confronta con la crítica que se hace a Freud de pansexualismo, la misma que Laplanche reconsidera proponiendo que lo sexual [lo psíquico-pulsional] no lo es todo (de hecho, al comienzo de la vida es inexistente), pero está en todas partes (termina por invadirlo todo) [12].

 

II  Confusiones

 

Indicaré solo tres cuestiones teóricas, entre varias otras que Laplanche pone en evidencia e intenta despejar, donde se observa la confusión de las dos realidades descritas, es decir, las que corresponden al objeto de estudio de la psicología, por un lado, y del psicoanálisis, por otro.

 

a-. El funcionamiento económico [13] y el conflicto psíquico  [14] 

 

En el dominio psicológico-instintivo, donde la conducta apunta a satisfacer necesidades vitales, se trata de mantener un equilibrio psicobiológico óptimo que llamamos homeostasis. Cuando éste se ve perturbado se produce un aumento de tensión / excitación en el organismo que se acompaña de una sensación de displacer, mientras que la disminución de la tensión, el retorno al nivel óptimo, se acompaña de placer. Aquí reconocemos lo que Freud llama, justamente, “principio de placer”. Ahora bien, sabemos que, a diferencia de la necesidad, el deseo inconsciente es insaciable e irrealizable, y que la angustia nunca puede dominarse totalmente. De modo que el funcionamiento económico de lo psíquico-pulsional no podría tender naturalmente al equilibrio homeostático; más bien, se diría que tiende a romper con él. Es lo que Freud describe como “más allá del principio de placer”, un aumento ilimitado de la excitación que finalmente puede llevar al agotamiento total de la energía. Así, un niño con sus necesidades vitales satisfechas, pero cuyo equilibrio psíquico-pulsional se ve perturbado, por ejemplo por fantasías asociadas a la ausencia de su madre, puede llorar sin parar hasta dormirse por cansancio; un alcohólico puede beber hasta caer rendido; un anoréxico, dejar de comer hasta poner en riesgo su vida; un obsesivo, lavarse las manos hasta dañárselas, etc. Se trata de conductas motivadas por pulsiones y fantasías inconscientes, no por instintos y necesidades vitales. 

 

En lo que respecta al conflicto, éste no ocurre, como lo pretende Freud (1920), entre fuerzas instintivas heredadas (Eros y pulsión de muerte), sino que se ubica únicamente en el plano psíquico-pulsional. Esto supone que, a partir de la situación antropológica fundamental, en cada historia individual se constituye, por un lado, una fuerza que tiende a la ligazón, originada en simbolizaciones suficientemente logradas y, por otro, una fuerza que tiende a la desligazón, originada en fracasos de simbolización. A la energía libre y caótica, propia del proceso primario, se opone una energía ligada a representaciones integradas en una auto-narración, una historia más o menos coherente y estable, propia del proceso secundario. La tendencia a la desligazón se ve limitada y contenida, entonces, gracias a un trabajo de construcción de significados.

 

b-. El significado [15]

 

A partir del trabajo de Laplanche sobre este tema, me parece conveniente plantear al menos dos acepciones de la palabra “significado” [16]. Una es la que suelen manejar los psicólogos, lingüistas y filósofos de la mente cuando hablan, por ejemplo, de la adquisición de conceptos: conexiones de los significantes de una lengua con las ideas o imágenes mentales que suelen evocar en sus hablantes, donde la relación entre unos y otras es, como sabemos, arbitraria. Se trata de significados convencionales, cuyo aprendizaje comienza a partir del segundo año. Pensamos, con M. Cavell (1993/2000), que cuando Freud entiende las representaciones conscientes como la unión entre representaciones de cosa (huellas mnémicas de objetos percibidos, sobre todo visualmente) y representaciones de palabra (representaciones verbales asociadas a las primeras) se acerca a esta primera acepción: «una palabra […] adquiere su significado por estar vinculada a una representación de objeto» (Freud (1915), citado por Cavell, 2000, p. 85) [17].

 

La otra acepción de la palabra significado, que interesa particularmente al psicoanálisis, es la que Laplanche estudia con el término metábola: conexiones de significantes entre sí, basadas en relaciones de contigüidad y/o de analogía entre ellos (supra, p. 3). Se trata de significados individuales, cuya construcción comienza en los primeros meses de vida. Desde esta segunda acepción,  el significado podría pensarse como el efecto  – de ligazón y contención de la pulsión – que se produce en la psicobiología del individuo cuando se construyen esas conexiones.

 

Dijimos que la construcción de significados individuales parte de mensajes enigmáticos, al comienzo especialmente no verbales, que el niño debe traducir para constituir un aparato psíquico. En este contexto, el pecho que se ofrece, se retira, se embute, se tarda, etc., más allá de ser un objeto simplemente percibido por el bebé, es un significante, vehículo de mensajes comprometidos por el inconsciente de la madre. En otras palabras, si el pecho puede convertirse en un objeto con significado para el niño no es solo por contener el alimento, por estar en una relación de continuidad con la leche, sino porque está investido, cargado de significados conscientes e inconscientes, para la madre que lo ofrece. Más adelante, el niño podrá jugar a arrojar y acercar su juguete para simbolizar los mensajes relativos a la partida y el retorno de sus figuras de apego y amor (aquí la simbolización se apoya en una relación de analogía). En este proceso, cuando los mensajes del adulto son suficientemente traducibles – cuando no se ven excesivamente interferidos por su inconsciente – la energía psíquica podrá distribuirse entre diferentes objetos y actividades: tanto el chupeteo como el juego del fort-da ayudan a simbolizar la partida del cuidador, reduciendo la angustia que genera.

 

Como vemos, un aspecto fundamental de la construcción de significados individuales es que el niño convierte una experiencia pasiva, sobre la que no tiene control – la recepción de un mensaje que sobrepasa su capacidad de respuesta – en una experiencia activa: un proceso de traducción para el que Laplanche propone ese esquema de la metábola o de  la sustitución de significantes (1987 b p.129). El otro aspecto, también fundamental para él, es que la traducción nunca se logra completamente: su fracaso parcial es lo que entiende por “represión”. Así, mientras el inconsciente originario está formado por significantes designificados – aislados unos de otros-, aquellos más cercanos al preconsciente, cada vez más coordinados entre sí, entrarán a formar parte de una narración individual, que se apoya en códigos culturales.

 

c-. El par actividad-pasividad [18]

 

A partir del abandono de la teoría freudiana de la seducción, una idea bastante arraigada en psicoanálisis es que la actividad psíquico-pulsional tiene su origen en el niño. Así, Freud (1924) no solo llega a plantear una identificación primaria del infante con el padre de la prehistoria personal [19], sino también la existencia de fantasmas originarios y de un complejo de Edipo transmitidos en la filogénesis, lo que, como dice Laplanche (2007, p.297), «supone un deseo incestuoso innato en el niño». Así también, sobre todo en M. Klein y los autores postkleinianos,  es el bebé quien comienza proyectando en la madre su sadismo, su envidia y su odio (pulsión de muerte innata), mientras que la madre debe poder sobrevivir a esa violencia, contenerla y procesarla para devolverle al niño algo que pueda introyectar como objeto bueno. 

 

Por su parte, Laplanche piensa que las cosas ocurren en el sentido inverso: es el adulto, con su aparato psíquico ya constituido, quien comienza proyectando sus contenidos inconscientes en el infante – por ejemplo sus fantasías incestuosas e infanticidas- , mientras que éste suele responder a tales proyecciones identificándose con el agresor, en el sentido en que Ferenczi entiende esa defensa, donde: «…el cambio significativo, provocado en la mente del niño por la identificación ansiosa con el partenaire adulto, es la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto» (1932 /2004, p. 44) [20]. Esos contenidos, entonces, se cuelan en los mensajes enigmáticos que recibe el niño desde el origen, y entre ellos encontramos también los de asignación de género: el bebé es, primero, identificado por sus cuidadores como niño o niña. Inicialmente pasivo ante todos esos mensajes enigmáticos el niño solo contará con los medios para responder activamente a ellos après-coup. 

 

Por lo tanto, es importante subrayar, con Laplanche, que la actividad inicial del infante, que no se trata de pasar por alto, ocurre únicamente en el plano psicológico-instintivo: sabemos que el bebé nace equipado para llorar cuando siente hambre o dolor, para buscar y succionar el pezón, para fijar o desviar su atención, para reconocer el rostro, la voz y el olor de su cuidador(a), para manipular objetos, etc. Lo que se critica es que la observación de esas conductas lleve a afirmar que, en la relación adulto-infante, “ambos son igualmente activos”: Desde la teoría de la seducción generalizada es importante notar que, aunque el bebé es inicialmente activo en el plano psicológico-instintivo, no lo es en el plano psíquico-pulsional.

 

III. El problema mente-cuerpo en el marco de la teoría de la seducción generalizada [21]

 

Intentaré presentar lo que considero la posición y el aporte de Laplanche respecto al problema filosófico de la relación entre la mente y el cuerpo [22] 

 

Hemos querido dejar claro que, para Laplanche, tanto la psicología como el psicoanálisis estudian al individuo como unidad psicobiológica. Ahora bien, aunque Laplanche no defiende los modelos dualistas, que consideran a la mente y el cuerpo como dos sustancias o realidades diferentes, tampoco adhiere a los modelos monistas materialistas, más o menos reduccionistas, en los que lo mental, cuando se considera real, es pensado finalmente como un epifenómeno de eventos somáticos que estarían en su base. Uno de estos modelos, bastante aceptado hoy en día, se denomina materialista emergente, o emergentista. Desde esta comprensión, lo mental aparece en cierto momento, tanto en la filogénesis como en la historia individual, a partir de una base material somática innata, de un cerebro que ha alcanzado cierto nivel de complejidad. Esta hipótesis nos interesa especialmente porque también parece ser predominante en psicoanálisis, desde el modelo de la “alucinación primitiva” (Freud) hasta el de la “co-creación de significados”, propuesto por las corrientes intersubjetivas y relacionales contemporáneas [23]. 

 

Por su parte, Laplanche piensa que lo que debemos distinguir y relacionar no es el cuerpo y la mente, o lo biológico y lo psicológico / psíquico, sino lo heredado por filogénesis y lo adquirido en la historia individual, siendo ambos igualmente psicobiológicos: tanto cuando se percibe como cuando se construye significados, ya sea que la conducta esté movida por el instinto o por la pulsión, se producen, a la vez y en la misma medida, fenómenos psicológicos o psíquicos (mentales) y fenómenos biológicos (somáticos): «El problema no es el de la articulación alma-cuerpo, sino el de la articulación de un funcionamiento sexual [psíquico-pulsional] y un funcionamiento autoconservativo [psicológico-instintivo], tanto el uno como el otro indisolublemente psíquico y somático» (1993 b,/1998, p. 19-20. Entre corchetes, mis comentarios).

 

Ya en La sublimación (1980), donde encontramos desarrollada una concepción del apuntalamiento a partir de la teoría de la seducción generalizada, Laplanche observa, sin desarrollar la idea, que tal concepción supone una mutación del viejo problema mente-cuerpo. Escribe: «… el apuntalamiento viene a aportar su “solución”, o más bien un nuevo planteo, al viejo problema metafísico de los nexos entre el alma y el cuerpo, pero trastocando totalmente y volviendo caducos los datos mismos…». (1980/1987, p.197).

 

Sin embargo, creemos que Laplanche comienza a desarrollar más cuidadosamente sus ideas sobre este tema, dándoles una mayor importancia, relativamente tarde en su obra, y lo hace subrayando la distinción entre “biológico” y “hereditario”. Por ejemplo, observa que «…cuando Freud abandona la teoría de la seducción, en su famosa carta, no dice “regreso a lo biológico”, sino “regreso a lo innato, a lo hereditario”. […] De ningún modo dice: el factor biológico reconquista su lugar, pues no hay nada que reconquistar. Lo biológico permanece siempre presente como la otra cara de lo psicológico» (2001/ 2007, p. 100-101). 

 

De modo que, tanto para Laplanche como para Freud, lo que se impone nuevamente en la metapsicología a partir del abandono de la teoría de la seducción no es lo biológico, que nunca se dejó de lado, sino lo hereditario: «Esta reconquista por lo hereditario que Freud anuncia […] recorre toda la historia del freudismo a través de algunas etapas de las que solo mencionaré tres : Los fantasmas originarios, Tótem y tabú, Moisés y la religión monoteísta» ( 2001/ 2007, p. 101). 

 

De hecho, Laplanche se arrepiente de haber titulado su libro: El extravío biologizante de la sexualidad en Freud, cuando en realidad quería referirse al extravío que supone el retorno de lo hereditario en Freud, aquél de la transmisión filogenética: «Cuando hablé equivocadamente de extravío “biologizante” recibí un tirón de orejas. Debí haber hablado de un extravío innatista. Diría que es un extravío filogenético e innatista» (2002, p. 27. Mi traducción).

 

Así mismo, después de recordarnos el concepto freudiano de “series complementarias” – que opone lo hereditario y lo adquirido-, Laplanche observa que, por un deslizamiento indebido, esa oposición termina superponiendo, por un lado, lo hereditario y lo biológico, y por otro, lo adquirido y lo psíquico. Al respecto comenta: «Esta superposición […] induce a volver al viejo problema mente-cuerpo, olvidando: 1) el hecho de que lo biológico puede tener una expresión psíquica (el hambre) […] 2) el hecho de que puede haber adquisiciones biológicas, incluso individuales […]» [24] (2003 c, p. 176). 

 

Finalmente, en la misma época, encontramos lo que nos parece su principal discrepancia con la propuesta de Ch. Dejours (2001c): «Christophe Dejours (2001) propone el término “inconsciente amencial”, que me es difícil aceptar porque supone que la represión-traducción es un proceso de mentalización que no sufre el inconsciente psicótico. Por lo tanto, asume que los mensajes del otro no son mentales, sino que deben llegar a serlo. Me cuesta hacer mía esta oposición alma/cuerpo, mens /soma» (Laplanche, 2003 d, p. 202, nota 2. Mi traducción).

 

Después de este breve repaso de lo propuesto por Laplanche sobre el problema mente-cuerpo, diríamos que él retoma el modelo llamado monista neutral, planteado por B. Spinoza (s. XVII), pero integrándolo con su comprensión del apuntalamiento, lo que, en nuestra opinión, supone un aporte original del psicoanálisis a la reflexión sobre la cuestión.

 

Comenzaré diciendo unas palabras sobre el modelo monista neutral, destacando algunas de sus diferencias respecto al modelo emergentista, al que nos venimos refiriendo desde el apartado I con el término de “emergencia espontánea”; luego, señalaré la novedad y la importancia que supone integrarlo con la comprensión del apuntalamiento propuesta por Laplanche. 

 

Según el monismo neutral, todo lo que ocurre en el cerebro – y por lo tanto en el cuerpo – ocurre también, al mismo tiempo, en la mente (y viceversa), como si se tratara de dos caras de una moneda. Esto implica que no hay relaciones causa-efecto entre lo somático y lo mental, y aquí encontramos una primera diferencia con el modelo emergentista, según el cual son los fenómenos somáticos los que, en última instancia, causan los fenómenos mentales [25]. Desde el modelo monista neutral, entonces, en condiciones normales, la disminución de glucosa en la sangre, fenómeno biológico, se acompaña necesariamente de una sensación de hambre, fenómeno psicológico, sin que pueda decirse que uno de ellos sea causa del otro. Más bien, se diría que ambos son causados, a la vez, por falta de alimento. Tampoco sería correcto decir que la disminución de serotonina, fenómeno biológico, produce determinados estados psíquicos ni, a la inversa, que éstos producen una disminución de  serotonina, pues se trata de un mismo fenómeno, la depresión, que se manifiesta a la vez en estados biológicos y psíquicos. Incluso la construcción de significados – y su fracaso más o menos parcial -, que solemos pensar como un fenómeno puramente mental, se acompaña necesariamente de cambios en el cerebro y, por lo tanto, en la totalidad del cuerpo. 

 

Por otro lado, está pendiente la cuestión de cuándo surge lo mental, y la mayoría de modelos  se embarcan en debates sobre el tema cuya solución parece depender de la definición de “mente” que se acuerde. Se preguntan, por ejemplo, si los mamíferos superiores tienen una mente o si sería más correcto reservar el término para el género humano. Y dentro de éste, ¿puede decirse que el Homo Habilis ya tiene una mente, o tal vez debemos limitar el término aún más, para referirnos a ciertas capacidades exclusivas de nuestra especie? En contraste, pensamos que desde el modelo monista neutral podemos llamar mental – y creemos que Laplanche no se opondría – a cualquier estado o proceso psicológico (como sensaciones y percepciones) que existe desde que existe el cerebro. ¿La conducta del reptil, que depende del instinto y de la realidad psicológica, es menos mental y más somática que la del ser humano, que depende de la pulsión y de la realidad psíquica? Seguramente la capacidad de construir significados o la de sentir ambivalencia afectiva, por ejemplo, requieren de un cerebro más complejo, en términos de anatomía estructural y de conexiones neuronales, que las capacidades de percibir y de tener sensaciones de placer o displacer. Lo mismo si comparamos un yo-cuerpo investido de libido y movido por la pulsión con un organismo movido por el instinto. Pero, justamente, ello no implica que lo psíquico emerge en cierto momento – tanto en la filogénesis como en la historia individual- a partir de lo biológico, sino que el organismo psicobiológico, que existe desde que existe el cerebro, se complejiza cada vez más hasta que lo psíquico pulsional toma el relevo: nuestra realidad psicobiológica no es más mental que la del reptil, sino más compleja.

 

Ahora bien, ¿dónde radica la novedad y la importancia de integrar el modelo monista neutral con la comprensión del apuntalamiento en el marco de la teoría de la seducción generalizada?.

 

Hemos hablado de apuntalamiento para referirnos al proceso de constitución, a partir de la situación antropológica fundamental, de una realidad psíquico-pulsional sobre la base de las funciones psicológico-instintivas innatas. Y aquí es interesante notar que si quisiéramos referimos a la especificidad del ser humano conservando el modelo de Spinoza, pero sin tener claridad sobre las dos realidades psicobiológicas descritas, llegaríamos, tal vez inevitablemente, a un monismo que Laplanche describe como “totalizante” cuando comenta los textos de Groddeck. Su conclusión nos parece clara:

 

«… Groddeck tendría razón […] en su pretensión de borrar el trazado de una frontera entre el alma y el cuerpo. Pero, al mismo tiempo, Groddeck no logra percibir que la dualidad se encuentra desplazada a otra parte. Dualismo -diría yo, interpretando cierto freudismo – de la sexualidad y la autoconservación. [en los términos empleados aquí: dualismo de las realidades psicológico-instintiva y psíquico-pulsional]»[26] (1981/1987 b, p. 173).

 

Este dualismo extraño para nuestros hábitos de pensamiento, que no es el de la mente y el cuerpo, sino el de dos realidades a la vez mentales y somáticas, es señalado y desarrollado más ampliamente por Ch. Dejours en su trabajo sobre el apuntalamiento. Por ejemplo, respecto a las dos realidades somáticas nos dice: «… poco a poco se construye el cuerpo de la relación con el otro, el cuerpo de los juegos eróticos y sexuales, el cuerpo de la excitación y del deseo. Se trata de un segundo cuerpo, también llamado cuerpo erógeno. Este segundo cuerpo es muy diferente del cuerpo fisiológico: no es ni innato ni natural» (2001a, p.2). Pero además, en nuestra opinión, Dejours (2001 b) también habla, tal vez de manera menos explícita, de dos realidades mentales: es la impresión que nos deja su análisis, que nos parece muy esclarecedor, de la distinción entre los sistemas Consciente y Preconsciente. Aquí no puedo abordar este tema, pero pienso que su descripción del sistema Consciente corresponde bastante bien a lo que sería la mente en su realidad puramente psicológica, por oposición al sistema Preconsciente / Inc. reprimido [27], que correspondería a la mente en su realidad psíquica [28].

 

Terminaré con la exposición de lo que considero dos limitaciones del modelo monista neutral cuando no es integrado con la concepción laplanchiana del apuntalamiento. La hipótesis de Spinoza, así como el emergentismo, tienen el inconveniente de pasar por alto los aspectos más fundamentales de la distinción, descrita al comienzo de este trabajo, entre lo genéticamente heredado y lo adquirido a partir de la situación antropológica fundamental [29]. Pero además, con mayor razón, no toman en cuenta la distinción, cada vez más importante para Laplanche, entre lo genéticamente heredado y lo biológico. Por ejemplo, una idea más o menos explícita en el pensamiento de Laplanche (p.e 2000 a), que los otros modelos no consideran, es que la complejidad, la plasticidad y la variabilidad individual mente-cerebro es inversamente proporcional a la rigidez del instinto y a lo determinante de su rol en la conducta, tanto en la filogénesis como en la historia del individuo humano. Así, la conducta del reptil, cuyas funciones vitales operan de manera autónoma, está determinada casi exclusivamente por el instinto, mientras que ello es menos claro en especies que desarrollan un vínculo de apego. 

 

Ahora bien, esta idea cobra una fuerza enorme cuando se trata de nuestra especie. Por ejemplo, es esperable que, en condiciones normales, un bebé recién nacido se alimente y duerma en cantidades y horarios relativamente fijos, según un funcionamiento inicial psicológico-instintivo; sin embargo, en la medida en que lo psíquico-pulsional va tomando el relevo de las funciones vitales, la alimentación y el sueño suelen verse interferidos, afectados en diferentes grados, por significados individuales y fantasías inconscientes [30]. Por otro lado,  nosotros no nacemos equipados para evitar instintivamente los peligros, como las alturas o el fuego [31] y, en general, dependemos del adulto de una manera mucho más constante y prolongada que otras especies. Al incluir estas observaciones en su reflexión, Laplanche (1980/ 1987, p. 58-59) llama la atención sobre el hecho de que, en nuestra especie, el instinto falla, lo que tendría como contraparte, entonces, la posibilidad de desarrollar una mente-cerebro altamente individual y, por lo tanto, una conducta muy variable e impredecible en comparación con las especies que nacen mejor preparadas para sobrevivir sin la ayuda del adulto.

 

IV. Las dos realidades psicobiológicas en relación con la práctica psicoanalítica

 

El modelo que nos ha dejado Laplanche (1987c; 1987/1990, 1991/1996) para pensar esta relación es el de la cubeta: los intereses relativos a la autoconservación, a la adaptación (realidad psicológico-instintiva) se ven desplazados hacia los márgenes de la situación analítica. No aconsejamos a nuestros pacientes sobre cómo estudiar para un examen o cómo comportarse en una determinada situación social, pero su actitud, sus fantasías, sus emociones y creencias frente a cierto examen o cierta situación social, tal como aparecen en  su discurso, bien pueden constituir un tema de análisis. Entonces, no es cuestión de “quitarle importancia a los eventos objetivos“ – como se entiende a veces -, es decir, no se trata de desconocer la realidad psicológico-instintiva en favor de la realidad psíquico-pulsional. De ninguna manera minimizamos la realidad de situaciones de enfermedad, de peligro, de carencia o de agresión, tal como ellas pueden definirse en términos médicos y/o legales, pero tenemos una forma particular de escuchar el discurso de nuestros pacientes acerca de esas situaciones, y una forma particular de responder a él.  

 

La situación analítica favorece, como ninguna otra, la puesta en primer plano de la realidad psíquico-pulsional. Así como el adulto de la seducción originaria hace posible que la realidad psicológico-instintiva sea desplazada por la realidad psíquico-pulsional, el analista, al provocar la transferencia, reinstaura esa situación fundamental que coloca a la realidad psíquico-pulsional en el lugar central. Reinstaurar la situación originaria en un marco de contención, que permite reabrir y sostener el enigma, es el motor y la condición de posibilidad de una reactivación de la pulsión a traducir, que puede llevar al cambio psíquico. 

 

Conclusión

 

Aunque Laplanche no cree que lo psicológico/psíquico (mental) emerge a partir de lo biológico (somático), pensamos que no tendría inconveniente en decir que lo psíquico-pulsional emerge apoyándose en lo que aquí llamamos psicológico-instintivo; pero dejando claro, por un lado, que ambos son igualmente mentales y corporales (o igualmente psicobiológicos) y, por otro lado, que dicha emergencia no es espontánea, sino que ocurre a partir de la seducción originaria, inherente a la situación antropológica fundamental. Por su parte, al entrar en resonancia con esta última, la situación analítica favorece que la realidad psicológico /instintiva se vea desplazada por la realidad psíquico-pulsional, cuya expresión es potenciada a la vez que contenida.

Notas

[1] Texto presentado el 21 de septiembre de 2024 en el I Coloquio Iberoamericano “Jean Laplanche”.

 

[2]  Agradezco a Doris Argumedo por haberme invitado a dictar este módulo como parte de una asignatura  – “Patologías del cuerpo” – de la  maestría en “Intervención técnica psicoanalítica” en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

 

[3] Pontificia Universidad Católica del Perú.

 

[4] Mi texto se titulaba «Discusión de algunas ideas de La comprensión del otro desde la teoría de Jean Laplanche», y fue presentado para su discusión en la reunión online del 14 de septiembre de 2021.

 

[5]  Cf. por ejemplo en Laplanche, J. (1970/1972, p 16-26; 1980  /1987, p.53-58; 1993 a/1998, p. 21-36; 2000 a; 2000 b ). Sobre esta distinción, véase también Gutiérrez Terrazas, J (1987).

 

[6] Como afirma D. Scarfone (2011, p. 223): «…el psicoanálisis se ocupa del significado y de su ausencia».

 

[7]  Laplanche analiza la usurpación indebida del campo de estudio de la psicología por el del psicoanálisis, y viceversa. (Cf. por ejemplo, 1987 b, 56-88; 2004/2007, p. 217, entre varios otros textos). Más adelante expondré algunas confusiones que puede generar la superposición de las dos realidades, por lo tanto de las dos disciplinas.

 

[8] Cf. por ejemplo J. Laplanche (1970/1972, p. 27-37; 1980/1988, primera parte; 1987 b, p.62-64; 1993/1998, p. 56-72 y 111-123; 2000 a; 2000 b).

 

[9] Laplanche habla de una relación de apoyo de la sexualidad (pulsión) en las funciones autoconservativas (instinto). Aquí usaré esta otra formulación, que servirá a mi propósito de exponer sus ideas sobre el problema mente-cuerpo.

 

[10] Más adelante (p.10) retomo esta idea de “emergencia espontánea” en el marco de la exposición de la propuesta de Laplanche sobre el problema mente-cuerpo.

 

[11] Sabemos también que, en la esquizofrenia, la función vital de la percepción puede verse completamente tomada por la realidad psíquico-pulsional, hasta el punto de poner en peligro la propia vida o la de otros.

 

[12]  Cf. por ejemplo, Laplanche (1987 b, p. 63-68; 1993/1998, p. 119). Sobre este fenómeno de invasión de la realidad psicológico-instintiva por la realidad psíquico-pulsional, véase también  Azar, A (2011).

 

[13] Cf. por ejemplo, Laplanche, J. (2000 a, p.13-15; 2000 b, p. 39 – 41).

 

[14]  Cf. por ejemplo, Laplanche, J ( 1970; 1984; 1994; 1997).

 

[15] Cf. J. Laplanche (1971; 1987b, p.129-131; 1993 b/1999, p. 71-76,  2003 a).

 

[16]  Cf. mis textos presentados para su discusión en 2021y 2024, respectivamente.

 

[17]  Sin embargo, la crítica de Cavell a esta formulación de Freud es muy diferente a la que desarrolla Laplanche (por ejemplo en 1993 b/1999, p.67-70). Mientras ella discute lo que suele llamarse “el internalismo del significado” – la existencia de pensamiento anterior al lenguaje -, Laplanche pone en cuestión la disyuntiva entre “internalismo” y “externalismo”, puesto que para él todo significado individual, (interno), se construye a partir de lo que el otro comunica y de los códigos culturales que aporta para su traducción.

 

[18]  Cf. por ejemplo, J. Laplanche. (1980 /1988, p. 88-94; 1987b, p. 121-123; 1992/1996, p. 103-106 ; 2003 b, p.167-168; 2006, p. 297-299).

 

[19]  Véase una crítica de esta teoría en Laplanche (1980/1988, pp. 317-320).

 

[20] Mi traducción a partir de la versión francesa.

 

[21] Usaré el término “mente” o “mental” para referirme a procesos y fenómenos tanto psicológicos como psíquicos, y el término “cuerpo” o “somático” para referirme a la cara material, biológica, que los acompaña. 

 

[22] Cf. una exposición exhaustiva de los diferentes modelos filosóficos de la relación mente-cuerpo en Quintanilla (2019), op.cit. Aquí me referiré, ciertamente de manera bastante simplificada, solo a tres de ellos: el dualista, el  emergentista y el monista neutral.

 

[23]  Expongo algunos argumentos de la crítica de Laplanche a estos modelos emergentistas del surgimiento de lo mental  – que tienen un importante representante francés en D.Widlöcher – en Golergant, D. (2024), op. cit..

 

[24] En este punto, seríamos más enfáticos que Laplanche: por un lado, pensamos que lo biológico tiene siempre una expresión psíquica, aunque muchas veces solo nos hacemos conscientes de ello – por ejemplo sintiendo dolor – cuando el organismo se ve afectado. Por otro lado, nos parece correcto decir que, a partir de la seducción originaria, con el relevo de lo psicológico-instintivo por lo psíquico-pulsional, se producen necesariamente adquisiciones biológicas individuales (modificaciones estructurales en el cerebro y en el cuerpo).

 

[25] Véase en Quintanilla, P. (2019), op. cit.

 

[26]  Lo que aparece entre corchetes es mi comentario.

 

[27] Aquí no intentaré dilucidar a cuál de estas dos realidades pertenecería ese otro inconsciente, postulado por Ch. Dejours (2001, b y c), que, como se habrá adivinado, prefiero llamar “enclavado”, o simplemente “inconsciente no reprimido”, antes que “amencial”.

 

[28]  Si esta hipótesis fuera aceptada, la diferencia entre las posiciones de Dejours y Laplanche sería en gran medida terminológica, es decir, Laplanche solo se opondría al término  “amencial” – para calificar al sistema Consciente/inconsciente enclavado -, así como a la idea de que primero estaría el cuerpo (Le corps d’abord), si no se especificara, por un lado, que la realidad mental que está ausente  en ese sistema es la realidad psíquica, no la realidad psicológica, y por otro, que el cuerpo que está primero es el cuerpo “fisiológico” (instintual), por oposición al cuerpo erógeno (pulsional). Tanto el sistema Preconsciente/Inc.Reprimido como el cuerpo erógeno surgirían, como lo plantean y desarrollan ambos autores, en un segundo tiempo.

 

[29] Cf. en particular, aquélla entre el instinto y la pulsión, por un lado, y entre lo psicológico y lo psíquico, por otro.

 

[30] Pensemos en cualquier síntoma relacionado con la alimentación o con el sueño. Por ejemplo, niños que rechazan alimentos que no son de un determinado color. O más comúnmente, la falta de apetito, el sobrepeso, los terrores nocturnos, el insomnio…

 

[31] Así lo prueban ciertos experimentos ya mencionados por Freud (1916) y que Laplanche cita (1987 b, p. 98).

 

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