Apres-coup_Nº7_articulo_1

Las sublimaciones: finalidades sin fin*

Jacques André

La historia de la noción de sublimación lleva la marca indeleble de una renuncia: la de Freud a  convertirla en concepto, si hubiera escrito el ensayo metapsicológico que planeaba dedicarle. Esta negativa de Freud recibe diferentes interpretaciones. Por mi parte, me resulta útil entenderla como consecuencia del reconocimiento de la imposibilidad de reducir una noción fundamentalmente plural, si no fragmentada, a la unidad conceptual. La introducción del narcisismo y su correlato, el pasaje de la primera a la segunda tópica – para atenernos solo a ese cambio de perspectiva – rompen la esperanza de unidad. Si estudiamos más de cerca los trabajos de quienes, pese a todo, se vieron tentados por una perspectiva unitaria a propósito de la sublimación no es difícil identificar sus contradicciones. El inconsciente puede darse el lujo de ignorar la contradicción; su teoría no. ¿Debemos entonces deshacernos del concepto de sublimación?[2]. Eso sería ceder demasiado al fantasma de Unidad. ¿Qué espera quien  pretende reconciliar a Freud consigo mismo a toda costa? Nuestras teorías, esos productos de la sublimación son también, si no únicamente, teorías sexuales. Solo pueden escapar parcialmente del objeto que pretenden delimitar. El punto de vista unitario en psicoanálisis paga un alto precio a las exigencias de Narciso. El punto de vista del Uno es su punto de vista. Contra esa perspectiva, yo no creo que exista punto de vista de Sirius sobre Psique, ningún promontorio desde donde se pueda contemplar todas las Romas – desde la etrusca a la vaticana -,  lo que la noción de sublimación, entre otras, permite verificar.

La ponencia de Jean-Louis Baldacci duda explícitamente entre las dos perspectivas: ¿sublimación o sublimaciones? En esta duda hay algo que mantiene una apertura, pero, finalmente, lo que prevalece es «la unidad del proceso sublimatorio». Esta es mi primera diferencia respecto a su planteamiento, tal vez la más general. Una diferencia inmediatamente seguida por un acuerdo: la atención privilegiada a lo que Freud llama la sublimación desde los «orígenes», que permite a J.-L. Baldacci  reintroducir de manera fecunda la sublimación en la cura; no simplemente constatando, como suele hacerse, que el análisis es un generador de producciones sublimatorias, sino detectando su contribución dinámica.

La fórmula de una sublimación «desde el origen» [3] no está escrita en piedra; Freud dice también: «desde el comienzo» [4]. Tal vez hablar de «origen» tiene la ventaja de fundar, de una manera diferente a la cronológica, lo que se refiere a la naturaleza de un proceso y se reproduce, al menos potencialmente, cada vez que se reconstituyen las condiciones de la génesis de lo sexual, por ejemplo cuando alguien dice: «Cuénteme lo que le venga a la mente sin evitar nada…».

¿Cómo entender que esta sublimación primaria no haya atraído mucha atención hasta que Jean Laplanche la identificó en el texto de Freud [5]? La cuestión trasciende ampliamente la exégesis de la obra freudiana; pienso que la respuesta está en lo que aparece y a la vez desaparece en ese momento verdaderamente crucial de 1910: por un lado, el surgimiento del narcisismo, pronto invasivo, narcísicamente dominante; por otro lado, la eliminación desacertada del auto-erotismo y, con él, de lo sexual infantil, que, claramente, en la segunda tópica solo ocupa el lugar que le corresponde desde el punto de vista del narcisismo. En cierto modo, mi lectura del trabajo de J.-L. Baldacci intenta conservar algo de la importancia de ese momento, tiende a dividir lo que él presenta más bien en continuidad, distinguiendo para la sublimación una doble entrada: autoerótica y narcisista.

Para marcar la originalidad de esa primera sublimación basta señalar que invierte nuestros hábitos de pensamiento: la sublimación no se entiende como la figura final de un movimiento de alejamiento, de elevación, incluso de depuración de un sexual bruto inicial, sino como una primera derivación vinculada a la naturaleza de la pulsión sexual, a la plasticidad de su naturaleza, y no a un distanciamiento de ésta.

La idea de Freud, que evidentemente es más fácil sostener a partir de una gran obra como la de Leonardo, es que las pulsiones parciales, las pulsiones primitivas, muestran una capacidad de transformación, un talento para la metamorfosis que les permite, cuando las circunstancias psíquicas son favorables, evitar la represión, escapar a su restricción e inventar formas que, sin ser razonables, siguen siendo admisibles para la comunidad humana. Finalmente son admisibles o valoradas… no necesariamente de inmediato; a menudo se necesita un tiempo para que se tolere la destitución de las formas académicas por formas nuevas. El fuerte impacto que éstas últimas pueden tener en su destinatario anónimo, el areópago, es otra prueba de que la represión fue burlada.

Para formular su hipótesis de un destino de la sexualidad infantil en transformación y cambio de estado, que no debe nada a las limitaciones de la represión, Freud no necesita del narcisismo. En la línea de mi crítica de lo «unitario», yo distingo lo que Baldacci junta. Si Freud no necesita del narcisismo en lo que respecta a la sublimación, la referencia al auto-erotismo, por el contrario, le es implícitamente indispensable, un auto-erotismo que incluye la actividad fantasmática subyacente y, por lo tanto, la relación con el objeto.

Ahora bien, no es difícil aceptar que el narcisismo, que aparece en todas partes, se encuentra también aquí. Toda sublimación es por amor al yo – lo que no excluye que pueda ser simultáneamente por amor a otro -, el yo es su lugar psíquico, su teatro, si no su autor. Pero que el narcisismo recoja los beneficios de esa sublimación primitiva a través de la valorización social – o que se haga cargo de los déficits correspondientes a una mala recepción – no implica que sea su fuente o su fundamento. Porque el narcisismo, cuyo punto fuerte no es la plasticidad, tiende más bien a inmovilizar la libido dentro de las fronteras del yo; está, respecto de esa sublimación primaria, más del lado de lo que limita la movilidad libidinal que de lo que permite explicarla.

Freud disponía de dos posibles términos en su lengua: die Sublimation, cuyo uso estético por Visher y Shiller parecía convertirlo en el término indicado, y das Sublimeren, que significa la transformación química del sólido en gaseoso. Como alquimista de la lengua, decide forjar un tercero: die Sublimierung, más cercano a la química y  su transformación de la materia que a la estética, pero cuyo sufijo – ierung – si me baso en mis fuentes [6], acentúa además la dimensión de actividad, a la manera de los infinitivos griegos que se vuelven sustantivos. El interés de estas consideraciones filológicas es subrayar la condensación inherente a la noción. La sublimación no se limita a la elevación. Desde otra perspectiva, el énfasis está en la actividad de transformación, trasposición, metamorfosis (Fausto Petrella propuso la metáfora  [7]). Todas estas operaciones son indisociables de la «extraordinaria plasticidad» de las pulsiones parciales. Y aquí es difícil no establecer un paralelo con el trabajo del sueño: «El sueño no piensa ni calcula. No juzga, transforma». Por una especie de justa inversión de las cosas, Daniel Arasse señala que debe los principios de su método de historiador del arte, entre interpretación de la condensación, el desplazamiento y la figurabilidad, a la lectura de la Traum- deutung. Sin embargo, la aproximación del trabajo del sueño y el trabajo plástico de la sublimación es tan fecunda como lo es su distinción. La sublimación no se contenta con transformar; contrariamente al autismo del sueño, ella actúa y, sobre todo, se dirige a alguien. No hay sublimación que no pague su deuda a las limitaciones apolíneas de la forma y a sus exigencias de ligazón. Tomando las vías de la plasticidad, mi razonamiento ciertamente debe mucho, más de lo que podría indicar puntualmente, al libro de Françoise Coblence, Les attraits du visible [8].

En este punto de mi comentario se sitúa mi diferencia más evidente con el razonamiento de J.-L. Baldacci, incluso sin descartar que nuestra discrepancia se refiera más al punto de vista que al fondo. Se trata de lo que atañe a la no-sexualidad de la sublimación, incluso a su dessexualización. Cuando las circunstancias del análisis lo permiten, no hay producto de la sublimación que no sea analizable, desde las obras del analizando, ésas a las que lo guía su placer, hasta la elección de un oficio o el gusto por cierto pasatiempo. Y si no hay sublimación que no sea analizable es porque siempre, sin excepción, se puede detectar en ella la contribución de lo sexual infantil, no simplemente como un accesorio, sino como un vector. ¿Por qué milagro el trabajo de transformación de las pulsiones parciales, la metamorfosis cualitativa de la libido, podría terminar en productos no sexuales? La dificultad lleva a Baldacci a proponer formulaciones por lo menos inestables, como: «La dessexualización no aparece como un abandono de lo sexual» (p. 134). La dificultad de un razonamiento, ante todo el de Freud, que conduce de lo sexual a lo no sexual vía la sublimación no escapó a la ironía de Lacan: ¿Diremos que la meta ha cambiado, que era sexual antes y ya no lo es? De ahí habría que concluir que la libido sexual se ha dessexualizado. Y es por eso que su hija es muda.» [9].

No es difícil constatar que la sublimación es la ocasión para que la sexualidad infantil se meta en lo que no le incumbe, que invista dominios que nadie pensaría definir como sexuales, aprovechando su plasticidad para unir fuerzas con otras que no son las suyas. Pero al emplear así el término «sexual» se reconstituye discretamente la ecuación con lo genital, con lo sexual socialmente reconocido.

Una transformación, un cambio de estado que permite a las sexualidades primitivas inmiscuirse en el conjunto de las actividades humanas, sugiere más bien definir la sublimación como una sexualización. Sin la sexualización del pensamiento y el placer que proporciona, ¿estaríamos aquí discutiendo? ¿En qué consistía la vida sexual de Immanuel Kant? En escribir la Crítica de la razón pura. Aunque el encubrimiento suele conseguirse, como prueba lo «socialmente valorizado», puede ocurrir que la máscara caiga. Por ejemplo, cuando el arte culinario se convierte en «nouvelle cuisine»: ¿quién podría sostener que, porque comemos, todavía se trata de alimentarnos? No queda nada en el plato, o muy poco. Una mezcla de sabores que solo apunta a excitar, sobre todo a no saciar. La nouvelle cuisine es una cocina preliminar, algo en ella no es favorable a la plena satisfacción.

Como precisa Freud acerca de la sublimación primaria en un texto contemporáneo del «Leonardo»:  en la medida en que la represión deja la vía libre,  los propios componentes de la pulsión sexual son los que poseen esa capacidad de sublimación, de cambio de metas y objetos. Al cambiar de meta y de objeto, las pulsiones primitivas no se convierten en otra cosa; al contrario, como el escorpión de la historia, obedecen a su naturaleza.

La plasticidad pulsional, condición de posibilidad de las primeras sublimaciones, tiene ella misma como condición la finalidad sin fin de lo sexual infantil. El bebé descubre que con la forma de sus labios y la materia de su saliva puede hacer burbujas. Ello no sirve para nada ni  aporta a la satisfacción plena, y es por eso que no se cansa de hacerlas una y otra vez… El arte no procede de otra manera. Lo que el niño hace con las burbujas, pronto lo hará con palabras. Las palabras besan los labios después de que éstos se besan a sí mismos. «Papá», y «mamá», en particular, son vocablos mimados, balbuceados en la cuna antes de ser útiles cuando se trate de llamarlos. La autoconservación es secundaria respecto al autoerotismo. Susan Isaacs lo expresó bien al señalar que, para un niño, una caja, antes de ser caja, es primero un vientre. El cambio de meta, en el centro de la sublimación, señala sobre todo que tal vez no hay una meta, excepto la ganancia de placer, lo que tiene en la finalidad sin fin del arte a su mejor exponente. Es casi una curiosidad ver que Freud tardará tanto tiempo en captar lo que, sin embargo, parece evidente: tensión y placer, lejos de excluirse, solo quieren aprovecharse mutuamente. La sexualidad humana no inventó el coito, solo los preliminares. La designación de la descarga como meta monótona de la pulsión marcó durante mucho tiempo, en Freud,  un remanente de ecuación entre instinto y pulsión, entre genital y sexual.

Si acordamos decir que, al conocerse su meta, la sexualidad genital no es sublimable, hay que señalar, sin embargo, que lo propio de las artes eróticas, como resultado de un trabajo de sublimación, es precisamente desviar el acto genital de su meta simplista. La obra milenaria del sabio Vâtsyayâna, el Kama Sûtra, incluye entre sus propuestas la de posponer el orgasmo indefinidamente. La obra hace de la relación sexual una coreografía, sin mucha relación con lo que el coito propone natural y torpemente.

Acompaño de buen grado a Daniel Widlöcher en su preocupación por marcar la originalidad de la sexualidad infantil, originalidad que se pierde al designarla como pregenital. La sexualidad infantil no es un primer momento inmaduro que culminaría en la genitalidad [10]. Sexualidad diferente, la sexualidad infantil está unida al fantasma, un fantasma inscrito en la carne, cuya evocación basta para producir excitación.

Toda reflexión sobre la sublimación nos lleva inevitablemente a la famosa frase de Freud: « Algo en la naturaleza misma de la pulsión no es favorable a la plena satisfacción». La afirmación tiene la fuerza del enigma, de lo que no se deja resolver definitivamente por ninguna solución. El propio Freud se encarga de las primeras interpretaciones evocando la imposibilidad del incesto con el objeto primario, o el carácter inaceptable de las satisfacciones parciales. Sabemos que después vinieron otras interpretaciones (que no se basan en lo prohibido), como la de Jean Laplanche, por ejemplo, que evoca la brecha imposible de cerrar entre el carácter auto-conservativo del primer objeto y su recubrimiento por lo sexual. Y se puede ampliar legítimamente la perspectiva, como hace J.-L. Baldacci, al constatar que lo sexual nunca está solo. Lo que la filosofía de la falta, central en la obra de Lacan, debe a la fórmula de Freud también forma parte de nuestros lugares comunes. Todas estas interpretaciones tienen en común que se apoyan en la negatividad manifiesta de la fórmula. Hay otra manera de entender las cosas que me parece indisociable de la sublimación primitiva. Algo de la pulsión no es favorable… no a la satisfacción, sino a la plena satisfacción. Algo está en contra de la plena satisfacción, en contra del fin de la tensión, del fin del placer. Contra la descarga. Tal vez hay que añadir: contra la muerte, la pequeña muerte, por la vida. Tanto la obra de Leonardo da Vinci como la sexualidad infantil están marcadas por el inacabamiento. ¿Es ello un signo de su fracaso, o de su éxito? Muchos bocetos superan a las obras terminadas por la incógnita que mantienen. El cambio de meta, característico de la sublimación, está implícito en el inacabamiento de lo sexual infantil. En «cambio de meta» la palabra principal es «cambio». Quizás la idea de sublimación contiene una crítica radical de la noción misma de meta, de su falsa evidencia, cercana en esto al análisis, a su rechazo de las representaciones-meta. ¿El análisis tiene alguna posibilidad de llevarse a cabo si el analista sabe a dónde va la cura?

Evidentemente, la sublimación entendida así dista de muchas otras formas de definirla, incluso las que encontramos en la obra de Freud. J.-L. Baldacci muestra preocupación por esta diversidad; yo me permitiré ser más radical. Si se trata de acercar la sublimación a tal o cual figura de la represión – formación reactiva, inhibición respecto a la meta o, incluso, reparación, en el caso de Melanie Klein -, la sublimación, en ese juego de los duplicados, no nos sirve de nada; y entonces, ¿por qué no deshacernos de ella? Para decir represión y reparación tenemos los términos represión y reparación. Incluso podemos temer que, puesto que la palabra embellece, «sublimación» se convierta, esta vez dentro de la propia teoría, en un agente de represión. Uno será sublimador en vez de inhibido o reactivo; un progreso más o menos equivalente a decir invidente en vez de ciego.

La noción de sublimación vive bajo una doble amenaza. Primero, la de extenderse a la totalidad de las actividades humanas, y quien todo abarca poco aprieta. Y luego, una amenaza a la propia teoría, que, a fuerza de ver la sublimación por todas partes, se vuelve, según el término de Christian David, nebulosa, incomprensible y por lo tanto inútil. Es lo que sucede también con el dibujo del niño si el adulto no lo frena. El niño, verdadero Frenhofer, no dispone del punto final. Es posible que nuestras teorías sean nuestros dibujos infantiles de hoy.

Quien acerca la sublimación a una operación de la represión, a un mecanismo de defensa, pierde contacto con las sublimaciones excepcionales. Nunca daremos cuenta de una obra de arte que sea al menos un poco original – que se desligue en algo de las formas establecidas- refiriéndonos a una sublimación-inhibición, reacción, reparación o incluso atenuación. Si la obra de arte se dirige también al psicoanalista es porque, como el inconsciente, ignora la contradicción y a veces trastoca el tiempo. El analista y la teoría psicoanalítica son tanto analizados como analistas de la obra. Quedan las pequeñas sublimaciones, las nuestras. Evidentemente, no es difícil reconocer que la represión se inmiscuye en ellas, a la vez positivamente, para permitirlas, y negativamente, para limitar su libertad. Pero entonces la cuestión es saber si, en esas condiciones, la noción de sublimación conserva algún valor heurístico, más allá de su aspecto descriptivo.

Conectar directamente la idea de una sublimación primitiva con la plasticidad de las pulsiones sexuales y evocar un destino de transformación que no pasa por la represión cuestiona la naturaleza de las relaciones entre perversión y sublimación. La plasticidad es precisamente lo que marca la diferencia: la perversión es a la pulsión lo que el disco rayado es a la música. No transforma, repite; una repetición que, por supuesto, se encuentra a veces en la obra de arte. Por lo demás, no veo por qué mantener la ecuación: obra de arte = sublimación. En la obra intervienen otros procesos, como la fijación. Aunque fijación y sublimación no son simples opuestos, lo cierto es que no van en el mismo sentido. La fijación apela más a la  duplicación que a la transformación, y muchas obras, incluso las más grandes, llevan su huella, a imagen de la silueta hierática de Giacometti. Cuando una obra se mantiene cerca de la perversión – no la perversión polimorfa del niño, sino aquélla constrictiva del adulto -, el movimiento plástico de la sublimación es contrarrestado por la inmovilidad de las figuras hasta el aburrimiento. Es lo que ocurre con la obra de Sade; excepto cuando el autor, coexcitado, seducido – ¿hay que decir: analizado por la libertad de la Revolución? – se permite decir todo lo que le pasa por la cabeza y escribe: «¡Franceses, un esfuerzo más para volverse republicanos!».

Por supuesto, nos falta evocar una entrada importante en la problemática de la sublimación: la del narcisismo y las formaciones ideales. La elección de J.-L. Baldacci de hacer hincapié en la sublimación «desde el origen» me invita a ser aquí mucho más breve. Esta otra sublimación no se deja descartar, pero tampoco analizar, al menos en los límites de la cura. Dios es ciertamente un material analizable como el resto, salvo que, como lo muestra la experiencia, solo lo es après-coup, cuando la creencia que lo creó se ha disuelto, o al menos atenuado. Y además hay dioses y dioses, tan numerosos como los dioses griegos pero menos divertidos. Las desligazones del análisis tienen más posibilidad de descomponer al dios objetal del neurótico obsesivo, por poco que la culpa haya podido elaborarse, que al narcisista, de un funcionamiento adictivo, hijo del desamparo infantil – por no hablar de todos esos dioses que  surgen en los límites de la psicosis. El aporte principal de la argumentación de J.-L. Baldacci es que la sublimación originaria sostiene la dinámica de la cura, mientras que la que coexiste con la idealización mantiene a sus objetos intocables protegidos contra la interpretación. Claro que la idealización puede cumplir una función terapéutica; es el mensaje que nos envían los alcohólicos, anónimos o célebres, lo que evidentemente no significa que tenga un valor analizante.

¿Este obstáculo al análisis indica que esta vez lo no sexual prevalece en la actividad sublimatoria? No se puede descuidar el hecho de que la palabra «desexualización» sólo surge bajo la pluma de Freud después de haber introducido la pulsión de muerte. Es una palabra de equilibrio teórico frágil, como lo ha mostrado Dominique Scarfone [11]; sin embargo, plantea una cuestión que sigue pendiente. Por mi parte, he sido muy receptivo a la interpretación que propone André Green [12]: consiste en pasar del des de la dessexualización al des de la destructividad. Así, la desexualización deja de ser un simple abandono de lo sexual para convertirse en su destrucción. El artículo de Green está escrito desde el punto de vista del narcisismo negativo, el narcisismo de muerte, tan presente en todas sus reflexiones. Que el artista en el que se apoya, más analista que analisando, sea el Nerval de Aurelia, y no Leonardo, es otra forma de señalar la pluralidad de puntos de vista. Yo soy partidario, con Freud – y aquí sin seguir a Green-, de sostener la confusión de la sublimación primaria con la idealización. Sin embargo, en otro lugar de Psique, en otra Roma, donde Narciso envejece, las cosas cambian. Pienso en los mensajes que nos envían todas esas obras que se sostienen en el filo de la navaja, entre la ligazón de formas extremas y el deslizamiento hacia el lado de la desligazón, cuando la forma deja de ser comunicable y encuentra el autismo del sueño. De Hölderlin a Beckett, pasando por Joyce y Artaud, pero también Charlie Parker y tal vez Van Gogh (faceta «suicida por la sociedad»: basta contemplar de cerca el Trigal con cuervos para ver la explosión que amenaza), la forma de la obra se construye en la amenaza permanente de la deconstrucción.

Unas palabras de conclusión y de regreso a la sublimación «desde el origen». Cada uno de los ejemplos clínicos de Jean-Louis Baldacci lo muestra: la sublimación primitiva permite ver con otros ojos los momentos fecundos del análisis, frente a los cuales tiene un valor heurístico. Momentos fecundos por ser momentos de neogénesis de lo sexual. Aquí se encuentra lo más importante de su contribución, porque, si somos relativamente hábiles examinando la repetición, nos volvemos mucho más torpes cuando se trata de ser sorprendidos por lo nuevo.

Notas

[1] «Les sublimations, finalités sans fin», en Revue française de psychanalyse, 2005/5 Vol. 69 | pages 1475 à 1483. PUF, 2005. Traducción: Deborah Golergant

[2] La tentación es expresada por Jean Laplanche y la fórmula retomada por J.-L. Baldacci en su informe.

[3] Freud, Un souvenir denfance de Léonard de Vinci, OCF.P, t. X, Paris, PUF, 1993, p. 60.

[4]. Ibid., p. 105.

[5] Laplanche, J. (1980). La sublimación. Problemáticas III, Amorrortu, 1987.

[6] Debo a Alexandrine Schniewind estas notaciones lexicológicas.

[7] In RFP, t. LXVII, no 4, 1998.

[8] Paris, PUF, «Petite bibliothèque de psychanalyse», 2005.

[9] Le Séminaire, livre VII, L’éthique de la psychanalyse, Paris, Le Seuil, 1986, p. 133.

[10] “Amour primaire et sexualité infantile”, in D. Widlöcher et al., Sexualité infantile et attachement,  Paris, PUF, « Petite bibliothèque de psychanalyse », 2000.

[11] La désexualisation, in Trans, Montréal, no 8, 1998.

[12] Le travail du négatif, chap. 8, Paris, Éd. de Minuit, 1993.

Deborah Golergant

Jacques André

«Les sublimations, finalités sans fin», en Revue française de psychanalyse, 2005/5 Vol. 69. PUF, 2005.

Kenia Ballvé Behr

«Da sublimação à inspiração. Uma abertura a o enigma e à alteridade». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en  Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.

Luiz Carlos Tarelho

«A atividade tradutiva e a inspiração como bases do eixo ético-existencial do narcisismo e do Eu». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.

Pedro Cattapan

«Sobre a inspiração artística». En Da Violência Pulsional Ao Ato de Criação Artística. Cap. III (1).  Disertación presentada en el Programa de Posgrado en Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, 2009.

Fábio Belo

«Estética da existência tradutiva: o Eu como tradutor de si e do outro». Texto presentado en el II Coloquio Jean Laplanche Brasil, São Paulo, Octubre de 2021. Publicado en Luiz Carlos Tarelho (org.) Entre sedução e inspiração: como situar o eu na obra de Jean Laplanche? Zagodoni Editora, 2022.

Pedro Cattapan

«La fascinación». En Da Violência Pulsional Ao Ato de Criação Artística. Cap. III (3).  Disertación presentada en el Programa de Posgrado en Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, 2009.

Dominique Scarfone

«De la disponibilité au transfert. La leçon d’Hamlet». En Rev. franç. Psychosom., 53 / 2018.