Apres-coup_Nº6_articulo_3
Retrabajar los cimientos de la metapsicología psicoanalítica*
Gabriel Zárate Guerrero
Introducción
El psicoanálisis creado por Freud es, antes que otra cosa, un nuevo método para la aprehensión de un nuevo objeto. Este nuevo método es el psicoanalítico de asociación-disociación de las representaciones y de los afectos, y su finalidad es poder evidenciar, movilizar y elaborar, en lo posible, las formaciones del inconsciente que operan en el aparato psíquico.
El objeto de investigación del que se ocupa este método, para decirlo en pocas palabras, es el inconsciente [2]. Para nosotros está fuera de duda la originalidad de los aportes freudianos respecto a este método y a este objeto. Freud produjo una obra extraordinaria y su genialidad es evidente. Con todo y ello, tal originalidad ha sido en múltiples ocasiones opacada, confundida y hasta negada, por muchos psicoanalistas, empezando por el propio Freud.
Jean Laplanche ha estudiado minuciosamente la obra freudiana, así como los “extravíos” de Freud, no sólo con la intención de criticarlos, sino para intentar comprender el sentido de los mismos, así como para retrabajar sus fundamentos a fin de asentarlos coherentemente.
Se habrá comprendido entonces, que el título de la presente exposición corresponde a uno de los principales objetivos de la obra de Jean Laplanche: hacer trabajar a los textos freudianos para que muestren sus contradicciones e impases, y también para que muestren sus aspectos más sólidos, originales y, en muchos sentidos, revolucionarios.
Los aportes conceptuales que hacen “revolución”
La palabra “revolución”, ha quedado ligada, curiosamente, al nombre de Copérnico, según bien lo señala Laplanche [3]. Sin embargo, en 1543, Copérnico hablaba de “órbitas y revoluciones” de los objetos celestes, exclusivamente en el sentido astronómico y geométrico. Sólo con bastante posterioridad, otros autores señalaron por qué esas ideas vinieron a conmover profundamente las concepciones ptolomeicas vigentes para la humanidad durante catorce siglos, empleando esos autores, ahora sí, la acepción de “revolución” que nosotros mejor conocemos (y que para entonces ya había sido adquirida), que indicaba un cambio profundo y radical en sentido político, social, o conceptual.
Freud cita la revolución de Copérnico en astronomía, como una primera humillación narcisista infligida a los seres humanos por parte de la ciencia [4]. Significaba que los humanos no ocupaban el centro del universo, como lo habrían creído. Prosigue Freud, indicando otras dos humillaciones, la comprendida por la teoría darwiniana, que enlazaba al ser humano a un proceso de evolución junto con las demás especies animales, teoría que cancelaría el sentido de haber sido “creado a imagen y semejanza de Dios”. Finalmente, la tercera humillación correspondería a los propios aportes del psicoanálisis, destacando la importancia del inconsciente, lo que venía a poner en entredicho que el yo fuera soberano en su propia casa, presentándolo más bien como un ente que viviría acosado por fuerzas psíquicas, a las que muchas veces no llegaría a dominar.
El ejemplo de la revolución copernicana
Vale la pena detenerse un poco a examinar en qué radica “lo más revolucionario” de una revolución. Muchas veces ocurren cambios que no llegan a convertirse en revoluciones, e igualmente, supuestas revoluciones que no lo son, sino en apariencia, y que pronto son olvidadas. Y, como dice Freud, citando al gran satírico Nestroy [5], incluso, respecto de los aportes más novedosos: “Todo progreso nunca es sino la mitad de grande de lo que al comienzo se esperaba”.
El carácter parcial de los grandes procesos de cambio no reside principalmente en “fenómenos residuales” o en “sustituciones” que vendrán luego “poco a poco”[6], sino en fenómenos de inercia más complejos, mismos que Gaston Bachelard llegó a calificar de “obstáculos epistemológicos” [7], que consisten en obstáculos internos del propio investigador, marcados íntimamente por retrocesos y arrepentimientos. Retomaremos más adelante el sentido de tales obstáculos epistemológicos y de cómo ellos actúan en la obra de Freud.
Volvamos a la propuesta del sistema astronómico de Ptolomeo, a fin de entender el gran cambio aportado luego por Copérnico.
Desde que el ser humano ha observado los astros, se ha interesado también por explicar su dinámica y, a partir de ahí, conjeturar la manera como se dispone el universo. Las estrellas fijas no planteaban problema, se trata de una bóveda celeste que gira estable con la forma de una esfera, en cambio, lo que resultaba difícil explicar era el desplazamiento de los cuerpos celestes “errantes”, planetas y satélites, esos que no se adecuaban a ninguno de los movimientos circulares en el orden imaginado. Para explicar cada uno de esos movimientos, salvando la hipótesis inicial de que todo giraba alrededor de la Tierra, era necesario crear explicaciones extremadamente complejas, lo que sobrecargaba cada vez más el sistema astronómico. Cada detalle inexplicado, lejos de plantear cuestionamientos a las hipótesis básicas, llevaba a crear hipótesis ad hoc, que rellenaban así, por medio de conceptos nuevos, las insuficiencias en la comprensión, muchas veces no se integraban al conjunto de ideas previas:
“El heliocentrismo, punto de vista adoptado por Copérnico, aporta en principio una inmensa simplificación, al menos potencial […pero no sólo eso, además] se ha abierto la vía hacia progresos unificadores; no sólo simplificaciones, sino también enriquecimientos infinitos”[8]. No sólo se trataba de una explicación más coherente, sino que Copérnico logró desarticular un bloqueo epistemológico que impedía pensar. Los alcances de tal desbloqueo conceptual se entienden cuando se observa que: “La idea restringida del heliocentrismo no sería entonces sino una etapa: la revolución copernicana inauguraba parcialmente la ausencia de un centro. En un mundo donde las distancias son casi infinitas, se vuelve absurdo intentar conservar todavía una de las estrellas entre otras, Sol o sistema solar, como centro” [9]. El universo entero se abría así a una nueva concepción más coherente e infinitamente más abarcadora de los fenómenos observados.
La revolución copernicana incompleta, operada por Freud
La lectura que Laplanche hace de Freud lo lleva a pensar que este último operó también de cierto modo una revolución copernicana, ya que el psicoanalista vienés sobrepasó muchos obstáculos epistemológicos al concebir una condición psíquica humana totalmente novedosa, de modo que, no sólo mostró que el yo no ocupaba el centro del psiquismo, sino que además planteó un inconsciente con orígenes “descentrados”, que se generaba en cada infante humano a partir de aspectos reprimidos de la situación de crianza por la que habría pasado con sus progenitores u otros adultos, es decir, que la génesis de nuestro psiquismo giraría en buena medida alrededor de los adultos del entorno en el que nacimos y crecimos; de este modo, el otro ocuparía un lugar prioritario en la constitución del sí mismo de cada persona.
Ciertamente, una tal lectura de Freud podrá considerarse sesgada y parcial, ya que en Freud encontramos también otras explicaciones que dan cuenta de los orígenes del aparato psíquico y de sus instancias, por ejemplo, Freud insiste en sus orígenes biológicos y filogenéticos. Y, sí, es aquí donde viene toda la batalla de Laplanche por defender una lectura crítica, interpretativa e histórica de la obra de Freud, argumentando que, en la concepción freudiana del descentramiento radical del ser humano (en el que la alteridad del otro estaría en el origen de la alteridad del inconsciente) radica la propuesta más revolucionaria y original de la obra del creador del psicoanálisis, y que los arrepentimientos y correcciones representan fenómenos semejantes a nuevas represiones, como las que en el aparato psíquico produce el yo, luego de que antes hubiera logrado importantes esclarecimientos respecto de lo inconsciente reprimido; Freud se encontraría de ese modo, en todo su trabajo de investigación, arrobado por los efectos de su objeto, por los efectos de su propio inconsciente, incluidos los efectos de opacidad que este induciría.
Laplanche precisa que, la visión que Freud tenía de la revolución copernicana, no coincide, sino en parte, con su propia concepción. “Es que, en efecto, Freud es para sí mismo su propio Copérnico, pero también su propio Ptolomeo […] En el psicoanálisis, todo se produce, en lo esencial, en un solo hombre. A la vez: el descubrimiento, muy precozmente afirmado, y que es de manera conjunta (y, seguramente pienso, indisociable) el del inconsciente y el de la seducción, y el extravío, la falsa vía adoptada cada vez que se vuelve a una teoría de la auto-centración, incluso del auto-engendramiento” [10].
¿Por qué resulta tan importante dar cuenta de esta revolución copernicana efectuada por Freud, así como dar cuenta de los momentos en que él mismo niega tal revolución? Habremos de examinar enseguida el alcance de esta situación, pero por el momento citamos a Laplanche, quien precisa al respecto: “Sólo de una manera esquemática querría fechar el extravío ‘ptolomeico’ de Freud en la famosa carta del equinoccio de 1897 en la cual proclama solemnemente ‘el abandono de la teoría de la seducción’. Hay que hablar, en Freud, casi en cada periodo, de una alternancia de recaídas ptolomeicas y de resurgimientos de la visión copernicana heterocéntrica. Resurgimientos y reafirmaciones que son a menudo profundizaciones: es así como la seducción, aunque teóricamente renegada en su valor fundador, prosigue un derrotero secreto y un desarrollo subterráneo, aún bajo el reinado del ptolomeísmo dominante, tanto en la obra de Freud como en algunos de sus discípulos contemporáneos” [11].
Agreguemos una precisión más, antes de abordar la pregunta que tenemos pendiente. El citado abandono de la teoría de la seducción, comunicado por Freud a Fliess en su carta de 1897, se refería a una seducción psicopatológica, ya que él pensaba en los abusos sexuales cometidos realmente por un adulto perverso (muchas veces el propio padre) sobre un niño o una niña. Freud decide abandonar la teoría con la que antes pretendía explicar las histerias, y en general las neurosis; en esa carta él consideraba que no se podría sostener que en el origen de cada histeria y de cada neurosis habría un adulto perverso y abusador, tendrían que ser demasiados, ya que no sólo se requiere para ello del abuso sexual infantil, sino además de la confluencia de otros factores. No le parece a Freud que su teoría corresponda con las evidencias conocidas sobre la cantidad de abusadores sexuales de niños. Como sabemos, la alternativa que Freud ahí propone para seguir pensando en la etiología de las neurosis, es que se trataba de “fantasías” de seducción que habitarían en los propios niños o niñas quienes después devendrían histéricos o neuróticos, pero, además, Freud agrega que tales fantasías debían estar enraizadas en la filogénesis de la especie humana, es decir que los infantes ya las traerían en sí mismos, por lo cual ya no sería necesario involucrar en esto a los adultos que crían a los niños.
Por qué la revolución copernicana efectuada por Freud, así como sus negaciones, resultan fundamentales de ser aclaradas
Abordemos ahora, la cuestión pendiente acerca de la importancia que adquiere la revolución copernicana efectuada por Freud, así como de los momentos en que él mismo la niega.
Proponemos como eje argumentativo la postura de Laplanche la cual afirma que, la originalidad del concepto de inconsciente resulta indisociable de la hipótesis etiológica de la seducción, y él aclara que no se trata de la seducción psicopatológica a la que Freud se refería en su primera teoría (de 1897), sino de los elementos de seducción que Freud expondrá de manera diseminada a lo largo de toda su obra, mismos que Freud no destaca ni teoriza suficientemente, y que Laplanche sí los considera fundamentales para plantear su teoría de la seducción generalizada [12], misma que puede enunciarse de modo breve de la siguiente manera: los adultos, al ocuparse de la crianza del niño, trasmiten, sin darse cuenta, mensajes comprometidos por su propia sexualidad inconsciente. Para el niño, que en ese momento no cuenta con un aparato psíquico constituido, resultará imposible traducir aquello cabalmente, ya que ni siquiera para los adultos tales mensajes son consabidos, de esa manera, los fracasos en la traducción por parte del niño darán lugar a la formación de sus objetos-fuentes de las pulsiones, y con ello a la conformación de su inconsciente reprimido.
Una concepción del aparato psíquico planteada en estos términos permite destacar los elementos más importantes de lo que constituye al ser humano, e igualmente permite dar cuenta, de manera más rica y coherente, de las características del objeto de investigación y del método creado por Freud para aprehenderlo.
Empecemos por destacar la originalidad del concepto de inconsciente
En varios planteamientos de Freud que consideramos muy lúcidos, el inconsciente no está ahí desde el principio, sino que es formado por la represión [13], misma que, en un determinado momento, ocurre en el aparato psíquico creando la tópica, es decir creando la separación de las instancias psíquicas: inconsciente, preconsciente y consciente. La represión no es un simple “olvido”, sino que crea un nuevo orden de realidad en el aparato psíquico, la “realidad psíquica”; siguiendo esa línea, Laplanche señala que: “el elemento inconsciente no es una representación que se deba referir a una cosa exterior de la que dicha representación sería la ‘huella’, sino que el paso al estatuto inconsciente es correlativo de una pérdida de la referencia […] y se transforma en una cosa que no representa (no significa) más que a sí misma” [14].
De esta manera, la creación del inconsciente se produce en el curso de cada existencia individual, en función de las vicisitudes de la vida de cada persona, claro está, considerando además el hecho de que todo humano nace indefenso, incapaz de valerse por sí mismo y que por eso vive la “situación antropológica fundamental” [15], la que consiste en una relación de carácter universal para los seres humanos, donde un adulto habitado por un inconsciente, se ocupa de atender, cuidar y criar a un infante, en donde los cuidados cotidianos sobre el cuerpo (y sobre la persona en su conjunto) del menor, implantan mensajes comprometidos por la sexualidad reprimida del adulto. Es en este contexto que ocurre lo que mencionamos antes, y que Laplanche caracteriza como seducción, dando lugar a que él plantee la “teoría de la seducción generalizada”, destacando con ello el carácter universal para todos los seres humanos. Hay que precisar que, esto no implica, sin más, el pasaje del inconsciente del adulto al niño, sino que el infante tendría que hacer su propia tarea de traducción de los mensajes recibidos, traducción que necesariamente dejaría elementos sin traducir, dando lugar así a la formación de su propio inconsciente reprimido.
Laplanche señala, como aspecto esencial de la revolución copernicana de Freud, un descentramiento doble: “la otra-cosa (das Andere) que es el inconsciente, no se sostiene, en su alteridad radical, sino por la otra-persona (der Andere); en suma, por la seducción […] esta otra persona es primera en la constitución de sí mismo: una prioridad que no está sólo postulada en la teoría, sino implicada y experimentada en la transferencia” [16].
La originalidad del concepto de pulsión
Sólo un inconsciente con estas características, permite explicar el origen y el sentido de otro concepto fundamental, el de la pulsión. Para Freud, las pulsiones, esas que constituyen los motores motivacionales de los seres humanos, representan en cierta manera la “perversión” de los instintos. Resulta obligado mostrar, siguiendo a Laplanche, las diferencias y hasta oposiciones entre los conceptos de instinto y de pulsión [17].
Freud utilizó en alemán los dos términos Instinkt y Trieb, uno de origen latino y el otro de origen germánico, que grosso modo significaban lo mismo, pero que Freud les otorgó, de una manera coherente, una acepción diversa a cada uno. Los instintos son naturales, fijos, hereditarios y adaptativos, son compartidos por todos los miembros de la especie, ya que están anclados en la filogénesis, y tienen la función de asegurar la supervivencia de la especie. Los instintos implican una tensión somática que empuja a la búsqueda de la descarga y del alivio satisfactorio, aunque temporal dependiendo de cada tipo de ellos. En cambio, la pulsión encarna la paradoja económica [18], misma que se ilustra por el doble sentido de la palabra alemana Lust, que significa al mismo tiempo “placer” y “deseo” [19], de manera que la pulsión, en lugar de tender a una simple descarga, buscaría cada vez una mayor excitación, al punto que uno de los pocos límites a tal aumento lo marcaría el agotamiento total.
Las pulsiones, a diferencia de los instintos, no son hereditarias ni, en cierto sentido, adaptativas, no son compartidas por todos los miembros de la especie, sino que se generan en la historia de crianza de cada individuo en relación con los adultos que se ocupan de sus cuidados.
Siguiendo con las comparaciones de estos conceptos, el objeto, la fuente y la meta que les corresponden a cada uno de ellos, resultan bastante diferentes. En el caso de los instintos, sus objetos están predeterminados, sus fuentes son somáticas y sus metas tienen un rango de variabilidad muy estrecho. En cambio, en las pulsiones, sus objetos, sus fuentes y sus metas son susceptibles de variar prácticamente al infinito en razón de la forma de representarse y de investirse de afecto. Por ello, se puede afirmar que las pulsiones representan la “perversión” de los instintos biológicos, ya que las pulsiones son de carácter cultural, generadas en la historia sexual, libidinal, que cada individuo ha vivido con sus congéneres. Los seres humanos, como especie animal, muestran la ocurrencia de un nuevo orden de determinación de los comportamientos y de las motivaciones, mismo que ya no tiene su peso mayor en la biología, sino en la vida de relación de los individuos particulares con su entorno humano.
La transferencia capturada generalmente por una concepción ptolomeica
La transferencia, concepto tan importante para el psicoanálisis, muy difícilmente puede librarse de ser entendida, por Freud y por muchos psicoanalistas, como una producción de la propia persona (autocentramiento). Y, esto sería válido tanto si la persona de la que se trata es un paciente (adulto, adolescente o niño), o si se trata de un infante en los albores de la vida, es decir, de una persona que apenas se encuentra en vías de estructuración de su aparato psíquico.
Respecto de la génesis de la transferencia, se señala que el infante, desde muy pequeño “produce clisés”, mismos que luego le servirán para ser reproducidos a lo largo de su existencia; o que “se identifica” con sus objetos primordiales y luego con otros que vienen después para formar series en su vida, entre otras explicaciones. Pero, generalmente, en estas descripciones aparece un sujeto que actúa en primera persona.
A lo largo de la vida, el sujeto recreará tales mociones en buena medida de manera inconsciente, y “proyectará” y “se verá precisado a volcarse con unas representaciones-expectativa libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca” [20]. E incluso en el análisis, no hará sino reproducir con el psicoanalista sus clisés preexistentes. “Con Freud, en la transferencia, es un sujeto totalmente equipado con sus conflictos […] el que viene a aportarlos en análisis” [21].
Laplanche nos recuerda que la transferencia se origina a partir del otro, pero este autor no entiende al otro de la manera como generalmente lo encontramos descrito por Freud, para quien “El otro, en particular parental, no está casi allí sino como protagonista abstracto de una escena, o como soporte de proyecciones” [22]. El otro, para Laplanche, es de quien parte el primer movimiento del proceso transferencial, primer movimiento que para el infante resulta centrípeto (del otro hacia el infante), y no centrífugo (del infante que “crea clisés”, que “se identifica” con otros, o que “proyecta” sobre ellos) [23].
Laplanche subraya que Freud habría presentido la anterioridad de un movimiento centrípeto del otro en la estructuración de los síntomas neuróticos o psicóticos de los pacientes, y cita a Freud: “Ahora sospechamos que describimos de modo harto insatisfactorio la conducta del paranoico, tanto del celoso como del perseguido, cuando decimos que proyectan hacia afuera, sobre otros, lo que no quieren percibir en su propia interioridad. Sin duda que lo hacen, pero no proyectan en el aire, por así decir, ni ahí donde no hay nada semejante, sino que se dejan guiar por su conocimiento de lo inconsciente…” [24]. Un conocimiento que seguramente viene de su relación con los mensajes enigmáticos del otro, que desde temprano habrían recibido.
Tal vez se tiene la impresión de que todo lo que venimos haciendo en esta exposición es abordar aspectos teóricos que se encuentran bastante alejados de la práctica concreta y cotidiana del psicoanálisis. Sin embargo, no pensamos que sea así, sino que más bien consideramos que los problemas aquí expuestos se encuentran íntimamente entrelazados con el tipo de ejercicio que realizamos en nuestros diversos campos de experiencia.
Acerca del campo de experiencia de la cura.
Vayamos ahora a pensar estos conceptos dentro de uno de los campos de experiencia que tal vez nos es más cercano: la cura.
Lo que pretendemos en el análisis es dar lugar a que pueda desplegarse ahí el método de la asociación-disociación de representaciones y de afectos. Esto supone que las asociaciones libres se encontrarían “polarizadas por la transferencia” [25]. Sin embargo, más propiamente aspiramos a constituir ahí “una cubeta”, “un acelerador de partículas”, un espacio en el que podamos hacer abstracción de muchos de los intereses de lo que Freud llamó “el campo de la autoconservación”, esto a fin de poder cercar y analizar lo que tiene que ver con el campo de “lo sexual”; lo que no significa que ignoremos los intereses de la autoconservación, sino que entre estos dos campos, autoconservación y sexualidad, tendría que existir un punto de tangencia por el cual pudiera pasar lo propiamente sexual, para tener así la posibilidad de aprehenderlo.
Una cubeta con estas características estaría mantenida por las reglas del setting: en lo que concierne al analizante, la regla fundamental; en lo que concierne al analista, la atención libremente flotante, los rehusamientos, su abstinencia y neutralidad. Como sabemos, la regla fundamental para el analizante tiene su complemento en la escucha libremente flotante del analista, ambas reglas pretenden “metodológicamente dejar de lado el interés por esa discriminación de lo real y lo ilusorio, en la medida misma en que ella nos desvía de los caminos y del objeto del análisis” [26]. En la admisión con igual atención de todo lo dicho (sin reservas) se pretende aprehender lo que ahí se manifiesta del inconsciente [27]. Los rehusamientos del analista pasan primero por rehusarse “de situarse en el plano de lo adaptativo: dar consejos, discutir medios y fines […segundo] debe rehusar el saber, pero también y, sobre todo, rehusárselo a sí mismo” [28]. La abstinencia plantea que el analista no debe satisfacer las demandas del paciente respecto de sus síntomas, sino que debe dejar subsistir la necesidad y la añoranza en este último [29]; por último, la neutralidad habrá de entenderse como parte de los rehusamientos del analista a defender sus ideales y a participar en las manifestaciones transferenciales del analizante; Laplanche subraya que tal disposición “no puede ser otra cosa que una relación muy particular del analista con su propio inconsciente, con su propia alteridad […] un reconocimiento que es, al mismo tiempo, un mantener a distancia y una suerte de respeto” [30]. Y todo ello con la intención de ofrecer al analizante un espacio de recepción de sus transferencias, donde el analista constituye en su aparato psíquico “lo que yo llamo transferencia en hueco – transferencia que no es llenada por tal o cual imago molesta e indesalojable – es, por tanto, una reinstauración de lo que podría llamarse ‘transferencia originaria’; en efecto, si la transferencia se caracteriza por un desdoblamiento del otro y, si es que cabe la expresión, por la presencia de la alteridad del otro, la situación originaria niño-adulto puede ser llamada ya, en este sentido, transferencial” [31].
Entonces, en la situación analítica así constituida pretendemos admitir la recreación de lo esencial de la transferencia “lo que está en su base, su alma y motor, es decir, la reapertura de la relación originaria, donde el otro es primero con relación al sujeto. Una reapertura, ya que todo el movimiento de constitución del sujeto se hizo por un cierre que es precisamente la represión, la constitución de sus instancias, la puesta del otro en el interior y su encierro bajo la forma del inconsciente” [32].
Hasta aquí hemos destacado los aspectos de la cura que corresponden mayormente a la cubeta, al contenedor, falta ahora que describamos con más detalle lo que se produce adentro. En el interior, disponemos la situación para que se despliegue el proceso primario, el análisis, la descomposición de los contenidos en elementos discretos. “Este trabajo sólo puede efectuarse a través de una deconstrucción, de una detraducción de los mitos e ideologías a través de los cuales el yo se construyó para hacer frente a tales enigmas” [33]. Para acompañar este proceso deconstructivo, tenemos a la interpretación psicoanalítica, a la cual Freud le dio un sentido preciso que se opone radicalmente a la síntesis reconstructiva “Freud utiliza solamente el término Deutung, mientras que los hermeneutas hablan de Auslegung o de Interpretation […] me inclino a percibir en la Deutung freudiana la huella de la forma deuten auf: indicar, señalar un elemento separado. ¡De nuevo el análisis!” [34].
Laplanche señala que la aparición de la técnica de interpretación por simbolismo, señalada por Freud después de las ediciones de 1900 de La interpretación de los sueños [35] es una negación de la originalidad del método psicoanalítico, que, sin embargo, el fundador del psicoanálisis la presenta como un “método auxiliar”, “un método complementario de las asociaciones libres”, del cual se puede echar mano cuando las asociaciones del soñante son escasas. Laplanche denuncia: “Los métodos no guardan una relación de cooperación puesto que […] cuando el simbolismo habla, las asociaciones se callan” [36], es decir que, más bien, el recurso al simbolismo por parte del analista representa la intromisión de un sentido de las cosas exógeno para el analizante.
No hay que olvidar entonces que, el ser humano inaugura siempre su existencia siendo bañado por los mensajes del otro adulto, incluidos los mensajes comprometidos por el inconsciente de este último “El objeto de una protocomprensión, de una prototraducción, no es del orden de la situación sino del mensaje […] Así pues, la situación originaria (renovada en la cura analítica) no es: yo estoy aquí en situación, e interpreto. Sino: el otro se dirige a mí, de manera enigmática, y yo (bebé-analizante) traduzco” [37].
Freud es el primero que pierde de vista la originalidad de ciertos elementos de su obra.
La originalidad mencionada respecto de los conceptos antes expuestos, resulta determinante para reconocer a su vez la coherencia de otros muchos conceptos en Freud, entre otros podemos mencionar los siguientes: el método psicoanalítico en su conjunto, la realidad psíquica, la temporalidad humana y el après-coup, la represión y otros mecanismos de defensa, la tópica psíquica incluyendo, además de lo inconsciente, lo preconsciente y la conciencia, el narcisismo, las instancias ideales, el ello y el superyó, las formaciones de compromiso con los síntomas, los actos fallidos y los sueños.
Como vimos antes con respecto de su revolución copernicana, Freud es también su propio Ptolomeo. Su inconsciente inédito, se verá opacado por un inconsciente “primario”, que supuestamente estaría ahí de manera innata; respecto a eso, Laplanche señala que: “la fórmula ‘todo lo que es consciente fue primero inconsciente’, que envenenará toda la metapsicología, está ahí desde el comienzo, paralelamente a la tesis del inconsciente reprimido, pero sin articulación con él” [38]. Una vez que Freud presenta al “ello” como aquello que está ahí desde el origen y que además encarna la memoria filogenética de la especie, el inconsciente reprimido casi desaparecerá, o, en todo caso, jugará solamente un papel de “complemento”, y su lugar vendrá a ser ocupado por principios cosmológicos gobernantes del universo, patrones biológicos ordenadores del psiquismo humano, o fantasías originarias propias de la especie.
Así las cosas, la noción de pulsión perderá igualmente su carácter innovador y será confundida constantemente con el instinto y su consabida determinación biológica. Igual podríamos mencionar las consecuencias negativas de tales confusiones sobre muchas otras concepciones y aspectos psicoanalíticos, por mencionar sólo algunos:
El método psicoanalítico y su interpretación, tendrán la puerta abierta para prestarse a las derivas hermenéuticas.
La transferencia, perderá de vista sus orígenes en la situación originaria y admitirá concepciones que la hagan parecer simplemente como una mera ilusión. La represión, devendrá un simple mecanismo de defensa cotidiano, y ya no tendrá el estatuto de un proceso fundador de la tópica psíquica.
Retrabajar los cimientos metapsicológicos.
Lo que se juega en las confusiones antes mencionadas no se reduce a la sola coherencia de la teoría, sino que abarca al psicoanálisis en su conjunto, incluido su ejercicio en los diversos campos de su experiencia, desde la cura hasta el estudio de los fenómenos sociales y culturales.
Estamos convencidos de que la labor de Freud como investigador fue incansable y de que su obra es rigurosa y consistente, por tanto, sus “extravíos” (como les llama Laplanche) no los entendemos como negligencias o descuidos, sino como parte de un difícil trabajo de investigación en el que Freud estaba movido por la “exigencia” de su objeto de investigación, por su propio inconsciente, el que empujaría al recurso de los disfraces y de las retracciones de la represión, por ello los momentos de claridad en su obra, los insights, podrían ser posteriormente seguidos por obscuridades o simplificaciones. No pretendemos, pues, ninguna descalificación al trabajo de Freud como investigador, los extravíos forman parte de la labor investigadora de cualquier pensador, y más aún cuando el objeto de estudio es el inconsciente.
No nos adherimos a una concepción epistemológica que plantearía un progreso lineal continuo del conocimiento, ni mucho menos a la idea de que Laplanche “ya encontró” los extravíos de Freud y que, entonces, “las correcciones están hechas”.
Toda disciplina que se pretende científica, y entendemos que el psicoanálisis tiene esta pretensión, requiere de la construcción colectiva y permanente por parte de los estudiosos y practicantes quienes habrían de sostener la “exigencia” de su objeto de estudio (tanto en su dimensión exterior como interior a la persona del investigador) exigencia que comprende la alteridad del otro en la génesis de la constitución psíquica de cada ser humano singular y en la actualidad de su aparato psíquico, todo ello de cara a la exploración de nuevas vetas de la realidad psíquica y humana en su conjunto.
Se trata de una tarea inacabable.
Notas
[1] Texto presentado en el I Coloquio Iberoamericano “Jean Laplanche”, el 21 de septiembre de 2024.
[2] Es una manera muy breve y, hasta cierto punto incompleta, de describir al objeto del psicoanálisis. Más propiamente debería decirse que el objeto de estudio del psicoanálisis es: el inconsciente y todo lo que le hace frente, es decir, todo lo que compone a la psique humana, todo lo que constituye al ser humano en su humanidad (ver: Laplanche, J. Nuevos fundamentos para el psicoanálisis, Amorrortu, 1989, p. 12).
[3] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada, en: La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.
[4] Freud, S. (1917). Una dificultad del psicoanálisis, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. 132.
[5] Johan Nestroy (1801-1862), autor de comedias y farsas que era famoso en Viena. Freud lo cita en “Pueden los legos ejercer el análisis” (1926), y después igualmente en “Análisis terminable e interminable” (1937).
[6] Así describe Freud el carácter parcial de los cambios, referido al psicoanálisis de los pacientes, cuando vuelve a citar a Nestroy en “Análisis terminable e interminable” (1937), vol. XXIII, p, 231.
[7] Bachelard, G. La formación del espíritu científico, México, Siglo XXI, p. 15. En esta obra estimulante, el autor propone una contribución psicoanalítica para el estudio del conocimiento científico en general, sin embargo, Bachelard no se ocupa del campo del psicoanálisis en particular, ni de las vicisitudes experimentadas en el proceso de investigación por el propio Freud.
[8] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. En: La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1996, p. 12-13.
[9] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. Op. cit., p. 13.
[10] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. Op. cit., p. 17-18.
[11] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. Op. cit., p. 18.
[12] Laplanche, J. Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La situación originaria. Op. cit., p. 131.
[13] Freud, S. (1915). La represión. Obras Completas, vol. XIV, p. 142.
[14] Laplanche, J. Breve tratado del inconsciente. En: Entre seducción e inspiración: el hombre, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 68.
[15] Ver acerca de la situación antropológica fundamental, entre otros textos: Laplanche, J. À partir de la situation anthropologique fondamentale. Sexual. La sexualité élargie au sens freudien 2000-2006. Paris, PUF, p. 95-108. También : Laplanche, J. Sexualidad y apego en la metapsicología. En: Widlöcher et al. Sexualidad infantil y apego, México, Siglo XXI, 2004, p. 68.
[16] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. Op. cit., p. 30. Más adelante hablaremos de la transferencia.
[17] Laplanche, J. (2000). Pulsion et instinct. In : Sexual. La sexualité élargie au sens freudien. 2000-2006. Paris, Quadrige-PUF, 2007, p. 7-25.
[18] Laplanche, J. (2000). Pulsion et instinct. Op. cit., p. 13.
[19] Freud destaca la doble acepción de Lust, pero no opta por alguna de ellas, sino que aprovecha la polisemia del término para reflexionar acerca del problema económico que plantean las pulsiones. Ver: Tres ensayos de teoría sexual (1905). Obras completas, vol. VII, p. 194.
[20] Freud, S. Sobre la dinámica de la trasferencia (1912). Obras completas, vol. XII, p. 98.
[21] Laplanche, J. (1992). De la trasferencia: su provocación por el analista. La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1996, p. 179.
[22] Laplanche, J. (1992). De la trasferencia: su provocación por el analista, p. 160.
[23] Respecto del género, Laplanche indica una reflexión semejante: antes de suponer que en el infante ocurre una “identificación con” una figura femenina o masculina, habría que pensar que para el infante ocurre primero una “identificación por” los adultos del entorno inmediato con ciertos modelos femeninos o masculinos. Esta asignación es la que señala la prioridad del otro en el proceso, asignación enigmática, en el sentido en que se trata de mensajes comprometidos por el inconsciente de los adultos, mensajes que ni siquiera son advertidos por estos últimos. Será el infante, por su parte, el que intentaría traducir dichos mensajes, con los consiguientes restos que quedarían sin traducción. Ver al respecto: Laplanche, J. (2003). Le genre, le sexe, le sexual. Sexual. La sexualité élargie au sens freudien, Paris, PUF, 2007, p. 153-193. Traducción al español en: Laplanche, J. El género, el sexo, lo sexual, Revista Alter, No. 2, www.revistaalter.com
[24] Freud, S. (1922). Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad. Obras completas, vol. XVIII, p. 220. Citado por Jean Laplanche en: Seducción, persecución, revelación. Entre seducción e inspiración: el hombre, p. 49 n. 54.
[25] Laplanche, J. (1991). La interpretación entre determinismo y hermenéutica. Un nuevo planteo de la cuestión. La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1996, p. 163.
[26] Laplanche, J. (1987). La cubeta. Trascendencia de la transferencia. Problemáticas V, Buenos Aires, Amorrortu, 1990, p. 112.
[27] La regla de “Decir y no hacer sino decir” está sostenida en una condición implícita: de que el analizante sea capaz de volcar el conjunto de sus modalidades representativas y expresivas mediante la sola palabra asociativa, condición que no siempre puede ser factible para cierto tipo de pacientes, es decir, que esto representa una limitación para la utilización del dispositivo analítico clásico en ciertos casos. Ver al respecto: Jean-Marc Dupeu, « Psychanalyse de l’enfant. La théorie du dépliage », Enfances et Psy, 2000/4, No. 12, p. 61-69.
[28] Laplanche, J. (1987). Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria, p. 158. Laplanche destaca el hallazgo positivo de la noción de “sujeto supuesto saber” de Lacan.
[29] El término de abstinencia es introducido por Freud en su artículo: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III)” (1915). Obras completas, vol. XII, p. 168.
[30] Laplanche, J. (1997). Metas del proceso analítico. Entre seducción e inspiración: el hombre. p. 194. Laplanche propone contrastar dos palabras vecinas en alemán: Indifferenz (indiferencia) y Gleichgültigkeit (conceder valor igual); Freud trabajaría con el sentido de la segunda p. 184, n. 5.
[31] Laplanche, J. (1997). Metas del proceso analítico. Op. cit., p. 194.
[32] Laplanche, J. (1992). De la transferencia: su provocación por el analista. La prioridad del otro en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu, 1996, p. 181.
[33] Laplanche, J. (1997). Metas del proceso analítico. Op. cit., p. 194.
[34] Laplanche, J. (1995). El psicoanálisis como anti-hermenéutica. Entre seducción e inspiración: el hombre, p. 201.
[35] Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños, Obras completas, vol. IV, p. 252.
[36] Laplanche, J. (1995). El psicoanálisis como anti-hermenéutica. Op. cit., p. 203.
[37] Laplanche, J. (1995). El psicoanálisis como anti-hermenéutica. Op. cit., p. 208-209. Laplanche precisa que llama “mensajes enigmáticos” a ciertos mensajes “en un sentido muy preciso; no digo misteriosos o de difícil acceso o inexplicados. Sino: de doble cara, en la medida en que el adulto si ‘tiene’ un inconsciente” p. 210.
[38] Laplanche, J. La revolución copernicana inacabada. En: La prioridad del otro en psicoanálisis, p. 1.
Deborah Golergant
Francisco Reiter
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