Apres-coup_Nº6_articulo_4
La exigencia de trabajo en la metapsicología y en la clínica*
Ricardo Cruz García
Nos proponemos desarrollar una serie de ideas que tienen como punto de partida la obra de Freud; de estos desarrollos, reconocemos la enorme y profunda deuda, así como la filiación que tienen con nuestro trabajo de la obra de Jean Laplanche. Aun y cuando algunas de estas ideas no pertenecen propiamente al corpus de la obra del borgoñés, nos parece, responden a la consigna de poner a trabajar a Freud.
Permítanos contar una breve anécdota que trata sobre cómo fue que llegamos a la obra y trabajo de Jean Laplanche. Como muchos que se inician en el psicoanálisis, nuestro acercamiento fue inicialmente la obra de Sigmund Freud con algunos escritos de divulgación, a saber, las Cinco conferencias en la Universidad de Clark, para luego saltar por sugerencia de un docente a Tótem y tabú, un salto fracasado, dicho sea de paso. Por nuestra parte seguimos con los Tres ensayos, algunos escritos breves y a manera de cereza en el pastel, La Interpretación de los sueños.
Muchas cosas leímos o creímos leer en esas líneas, mismas que inspiraron ideas y sentidos que, a manera de la famosa espiral de la que habla Laplanche, pudimos, en segundas o terceras lecturas, replantear para cuestionarnos, nuevamente, aquella lectura inicial desde otro punto. Nuevas lecturas o, si se prefiere, relecturas, que ampliaron el sentido, dieron contexto, matices, pero también restringieron algunas conclusiones y generalizaciones algo apresuradas de aquella o aquellas lecturas iniciales. Las mieles del lacanismo no estuvieron ausentes en esos andares. Es más que bien conocido el impacto que ha tenido y tiene Lacan en el mundo del psicoanálisis y en cierta intelectualidad. Esto nos llevó a dar una mirada al pensamiento de Lacan, pero a la vez, al psicoanálisis francés.
Adquirimos en ese entonces dos títulos: el Seminario 1 de Jacques Lacan y Vida y muerte en psicoanálisis; este segundo, porque aparecía mencionado como una referencia en un libro compilado en el programa académico de psicología en la Universidad donde estudiamos, lo vimos en la estantería y, guiándonos por el recuerdo de aquella referencia, decidimos llevarlo.
Fue hasta nuestro acercamiento al libro de Vida y muerte… que entramos en contacto con la obra de Jean Laplanche, obra que consideramos en los primeros momentos inaccesible a su entendimiento y a la vez curiosa: no se hablaba de Lacan, aunque suponíamos que se inscribía en esa línea. Una lectura atenta, libre de expectativas y dejándonos llevar por la línea argumentativa, fue cobrando forma y sentido. Tal fue así, que en el primer capítulo nos detuvimos a reflexionar aquella frase lapidaria sobre el apuntalamiento. Lo confesamos, lo leímos tantas veces como nos fue necesario porque, de haber entendido bien lo que el autor quería subrayar con esa cita de Freud y siguiéndolo muy de cerca, nos parecía algo de gran importancia. Cito in extenso, “Lo que Freud describe es un fenómeno de apoyo de la pulsión, el hecho de que la sexualidad incipiente se apuntale en otro proceso a la vez similar y profundamente divergente: La pulsión sexual se apuntala sobre una función no sexual, vital o, como lo expresa Freud en términos que desafía todo otro comentario, sobre una ‘función corporal esencial para la vida’” (Laplanche, 1970, 27).
Decimos que nos fue y que aún es de gran importancia, pues, a partir de trabajar estos puntos de la obra, nos permitía pensar de forma articulada dos planos que inicialmente nos aparecen fenoménicamente (sit venia verbo) como plegados: nos referimos a lo sexual y la autoconservación. Es el caso de esto que han llamado “el desarrollo psicosexual” con las fases de organización de la libido. Por otro lado, las funciones necesarias para la vida: hambre, ver, respirar, la función reproductora, pueden emanar sexualidad, esto es, pueden ser fuente de sexualidad.
El ubicar como separados estos planos, a saber, nuevamente, la sexualidad en un sentido freudiano y la autoconservación (funciones necesarias para la vida), pero a la vez articulados, nos llevó a ponerlos a prueba en la lectura de la obra freudiana y darnos cuenta que, si bien no deja de ser una lectura interpretativa, los elementos siguen ahí, leídos desde otro punto pero siguiendo paso a paso a Freud. Como diría Laplanche: “se admitirá entonces que nos hemos alejado muy poco del pensamiento freudiano, que no hemos hecho más que precisarlo (Laplanche, 1970, 27)”. Bien dijo Laplanche en ese desarrollo inicial de Vida y muerte, “el apuntalamiento de la pulsión en la función no es una génesis abstracta, una deducción casi metafísica, sino un proceso que está descrito con la mayor precisión en aquel ejemplo que sigue siendo su arquetipo, el de la oralidad (Laplanche, 1970, 28)”. Y aún precisará más adelante que este apuntalamiento de la pulsión no es algo ni espontáneo ni endógeno, pues lo que viene a fundamentarlo es la seducción (Laplanche, 1987, 145-146), la acción del otro sobre la autoconservación, de pasada, al hacer esta precisión, terminará subvirtiendo la noción misma (Laplanche, 1993, 90).
Podemos narrar otros tantos ejemplos de cómo el acercarnos al trabajo de Laplanche nos fue permitiendo releer la obra freudiana de forma semejante a lo descrito en las líneas anteriores y donde no fue solamente la obra freudiana a la que ahora nos acercábamos con respeto y exigencia, pues esto abrió la puerta al diálogo con la obra de otros psicoanalistas, a seguir sus teorías, su clínica y sus límites, pero también, y no es cosa menor, nuestra propia clínica nos permitía pensar la naturaleza y fundamento de las intervenciones en otros términos, nos permitía acercar dos campos que se piensan separados: teoría y clínica.
Sin hacer a un lado el conjunto de su obra que ha estado a nuestro alcance, debemos dar especial reconocimientos a trabajos como el presentado junto a Serge Leclaire, El inconsciente: un estudio psicoanalítico, al conjunto de cursos que se agruparon bajo el título Problemáticas, particularmente Problemáticas IV. El inconciente y el ello, y a Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Por mencionar una línea, en ellos podemos encontrar una reflexión continua, una exigencia de trabajo que recorre de una a otra, como la espiral antes mencionada, donde se toca un tema desde un punto diferente. Nuevamente, exigencia de trabajo que podrá encontrarse en relación a diversos conceptos, a saber: las pulsiones, el narcisismo, la castración, la interpretación.
Queremos agregar que, de estas lecturas del trabajo de Laplanche, se llega a una epistemología que nos permitió delimitar el campo psicoanalítico, a nuestro parecer, con mayor claridad y énfasis.
Entonces, ¿por qué una exigencia de trabajo? Porque, y en esto cedo la respuesta a Laplanche, “la multiplicidad y la confusión exigen una sistematización. ¿Cómo hacerla? [..] ¿Nos permitimos elegir lo que nos place en función de los progresos alcanzados después de Freud?” (Laplanche, 1969, 62). Preguntas importantes. Pensamos que la respuesta es interpretar a Freud con Freud.
En este punto, queremos advertir que si bien el término que aquí usamos de “exigencia trabajo” se encuentra en la obra de Jean Laplanche limitado a “exigencia”, nuestra fuente inicial para éste, así como lo dijimos al inicio, está en Freud. Ambos sentidos no se superponen ni son equivalentes. Con cierto esfuerzo, se les pueden dar puntos de encuentro.
La referencia primera, es una cita ya bastante conocida del ensayo de 1915 sobre las pulsiones. Nos referimos a la definición que da de la pulsión, previa a discutir o analizar los términos o componentes de esta. Después de presentar a la pulsión desde un punto de vista biológico, decide pasar a “la consideración de la vida anímica” y nos pinta el siguiente cuadro “la «pulsión» nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante {Reprësentant} psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud, 1915, 113).
Mucho se ha dicho, escrito y discutido sobre esta definición freudiana; tinta ha corrido desarrollando y analizando cada una de sus partes: que si el concepto es fronterizo o límite, o bien, que si es un representante psíquico o es representada psíquicamente [2] Sobre esto último, consideramos que es de importancia señalar, aunque sea de pasada, que la forma en que es entendido el uso que Freud da a este término de “Reprësentant” lleva a entender de una u otra forma el funcionamiento psíquico y sus consecuencias en la práctica. Es de nuestro conocimiento que el mismo Freud en momentos indica que la pulsión es el representante psíquico de los estímulos del cuerpo que alcanzan el alma, y en otros momentos ella es representada por la representación. Retomemos.
Por nuestra parte, queremos acentuar esa parte donde dice que es una exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico; Freud agrega que por su relación/trabazón con lo corporal. En relación a esto último, puntualizamos, y es cosa bastante bien conocida en psicoanálisis, que lo corporal no se reduce a ser el cuerpo biológico, cuerpo, este último, del cual ha costado tanto en psicoanálisis desprenderse, empezando por el mismo Sigmund, quien llevó esto hasta consecuencias que podríamos llamar mítico-poéticas. Y cuando decimos que ha costado tanto desprenderse, no nos referimos a deshacernos de él o desconocerlo, más bien reconocemos, en su materialidad y positividad, su impacto en lo psíquico, permitiendo así tener una delimitación epistémica como la mencionada anteriormente. Pero, por otra parte, tampoco es desconocido que en psicoanálisis existen líneas teóricas, escuelas o como sea que se las quiera llamar, donde el fundamento último es buscado y remitido a lo biológico o las neurociencias.
En su original alemán Freud escribe “Arbeitsanforderung” (Freud, S. 1915b, Pág 214), palabra compuesta en la que en su primera parte nos resuena el “Arbeit”, que se traduce regularmente por trabajo, eventualmente elaboración o labor, y resulta que en la obra de Freud encontramos varios “trabajos”: Trabajo del sueño, trabajo del duelo, trabajo de dominio, trabajo del pensamiento y trabajo elaborativo. Seguramente habrá más “trabajos”, pero baste este listado para dejar en claro el punto que el “Arbeit” es un término que emplea continuamente y que remite a algo que sucede en el alma. Muy acertadamente, a propósito de los múltiples usos que Freud da al término trabajo, señala Escars, cito in extenso: “Lo común a todos estos trabajos, por disímiles que parezcan, es que lo que está allí subrayado no es el producto, el fin o la finalidad de ese trabajo, sino, por el contrario, el proceso, el camino. En el análisis mismo, se sabe, Freud no pone el énfasis en el resultado, sino en el camino: ese es el sentido de la expresión “trabajo psicoanalítico” (psychoanalytischen Arbeit). Efectivamente, lo que define a un análisis no es el final, la meta, una supuesta “síntesis”, sino el modo singular en que se lleva a cabo el trabajo”. (Escars, 2014, 7)
Ese trabajo, que sucede en el aparato del alma, es justamente el trabajo de controlar o dominar las excitaciones, la cantidad, las pulsiones, ya sea derivándolas o ligándolas a representaciones, pero también, ligar representaciones entre sí, creando así complejos representacionales, permitiendo la circulación de cantidades por esta red de representaciones bien investidas donde ahora las descargas son controladas, aplazadas y, una de las consecuencias es la sustitución de la descarga motriz por el proceso de pensar. Son bien conocidas las formas en que Freud entiende esta sustitución, “la suspensión, que se había hecho necesaria, de la descarga motriz (de la acción) fue procurada por el proceso del pensar, que se constituyó desde el representar. El pensar fue dotado de propiedades que posibilitaron al aparato anímico soportar la tensión de estímulo elevada durante el aplazamiento de la descarga. Es en lo esencial una acción tentativa con desplazamiento de cantidades más pequeñas de investidura, que se cumple con menor expendio (descarga) de estas. Para ello se requirió un trasporte de las investiduras libremente desplazables a investiduras ligadas, y se lo obtuvo por medio de una elevación en el nivel del proceso de investidura en su conjunto” (Freud, 1911, 226). Entonces, nuestro pensar es objeto de elaboración, pero también, venciendo ciertas resistencias, de reelaboración.
¿Qué es esa exigencia? Exigir es pedir, solicitar, demandar, necesitar algo. ¿Qué? La respuesta inmediata es trabajo, elaboración y, por qué no, reelaboración (perlaboración, trabajo elaborativo). Laplanche da varias definiciones de ella, la ubica justamente como un ser intermedio: “entre racionalización y autoanálisis trataba yo de definir lo que llamo el nivel de la exigencia; exigencia que esquematizo a veces por medio de una espiral” (Laplanche, 1981, 35). Entendemos que esta exigencia es, entonces, recorrer nuevamente, en un punto diferente, como la espiral tan mencionada, lo que ya se había recorrido. ¿Repetición del pensamiento? Ciertamente, pero a un nivel de elaboración diferente, estableciendo nuevos lazos, conexiones y reordenando.
Laplanche mostró que esta exigencia es algo que recorre la obra freudiana, desde el Proyecto de psicología hasta el Esquema o Compendio de psicoanálisis; en algunos casos, no es ni la problemática central ni mucho menos la encontramos mencionada explícitamente, pero y como nos enseñó en sus recorridos por la obra psicoanalítica, ya sea la de Freud, Klein o Ferenczi por mencionar algunos, es una exigencia que recorre la obra del autor y que no creemos ir muy lejos si decimos, nos recorre en nuestra experiencia. Decimos experiencia, recordando que fue Laplanche quien señaló que la cura ha sido considerada el lugar privilegiado de esta, pero del cual, y con justa razón, pone en caución al decir que “habría que definir con precisión ese privilegio que no guarda relación con aquel que sedicentemente es propio de la experiencia inmediata: un privilegio de la empiria; porque, después de todo, tal vez nada menos empírico que la cura psicoanalítica”(Laplanche, 1987, 17), pero también son espacios de experiencia el psicoanálisis exportado o extra-muros, la teoría y la historia. Cuatro lugares de la experiencia psicoanalítica donde, y en contra de algunas corriente de pensamiento que consideran a la teoría como alejada de la experiencia de la cura o como mera defensa, sostenemos que reconocer que la teoría es lugar de experiencia es “rehusar a la teoría todo estatuto definitivamente aparte, sea como herramienta [..], sea por el contrario como superestructura más o menos inútil […]. Afirmar que el hombre es autoteorizante, en cambio, equivale a sostener que toda verdadera teorización es una experiencia que necesariamente compromete al investigador” (Laplanche, 1987, 22). Entonces, exigencia que recorre nuestra experiencia en cualquiera de los lugares antes mencionados, experiencia donde el analista/investigador está comprometido, y esto último no es ajeno, por cierto, al pensamiento de Freud. Recuérdese aquella especie de introducción epistemológica que hace en Pulsiones y destinos de pulsión (Freud, 1915, 113) sobre la construcción de los conceptos y su entrelazamiento. Igualmente sugerimos revisar los comentarios que hace el mismo Laplanche sobre esta introducción (Laplanche, 1987, 14 y15).
Permítasenos citar y señalar una pequeña parte de esta “introducción epistemológica” a la que nos referimos, esto para mostrar cómo opera esta exigencia de trabajo en la experiencia de la teoría. Escribe Freud, respecto a las nociones claras y definidas con precisión con las que debe construirse una ciencia: “En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones, no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén determinadas por relaciones significativas con el material empírico, relaciones que se cree colegir aún antes que se las pueda conocer y demostrar” (Freud, 1915, 13). Los conceptos, entonces, no son elegidos al azar sino por estas “relaciones significativas con el material empírico”, la procedencia de esta empiria puede ser la cura, puede ser préstamos de otros campos de conocimiento, podrá ser de la experiencia extra-muros. Sobre estás “relaciones significativas” con lo empírico, son relaciones que quien las esté elaborando “cree colegir aún antes que se las pueda conocer y demostrar” (Freud, 1915, 13).
¿Que se cree colegir? Colegir es un término que ha pasado bastante desapercibido en la obra de Freud pero que se lo puede encontrar frecuentemente. En el volumen complementario a las Obras completas de Freud, Sobre la versión castellana, José Luis Etcheverry, traductor de estas para Amorrortu Editores, elige este término para traducir sistemáticamente el alemán “erreaten” (Etcheverry, 1987, 130). Se puede seguir en diversos escritos la forma en que Freud emplea el término. Bien ya sea para el trabajo del psicoanalista en la experiencia de la cura, ya sea en el contexto del trabajo teórico. Un examen atento y profundo sobre este término usado por Freud puede consultarse en el trabajo [3] de Carlos J. Escars (2011), “Si ustedes prefieren…”
Este término llamó nuestra atención inicialmente fuera de la obra freudiana, en tres autores con un término cuya traducción puede no ser la más afortunada, pues nos generó cierta perplejidad por los usos que en nuestra lengua puede tener. El término en cuestión es “adivinar”; los usos a los que nos referimos y que generaron esta perplejidad sugieren que este acto de adivinar/colegir por parte de analista sería algo del azar y, por otro lado, una connotación esotérica y/o de ocultismo [4]. Está bastante bien documentado el interés que tenían Freud, Ferenczi, Jung y otros en estos temas del ocultismo, los artículos que a ello dedicaron. Por lo demás, en lo que toca a las relaciones de Freud, el psicoanálisis y lo oculto, existe bibliografía que lo documenta ampliamente [5].
Dijimos que llamó nuestra atención en tres autores en los que el término “adivinación” aparece utilizado en un contexto de trabajo psicoanalítico. Entendemos por esto, lo que el psicoanalista hace en sesión. Primeramente, en el libro ya clásico sobre Estudios sobre técnica psicoanalítica de Heinrich Racker, en un desarrollo inicial sobre la historia de la técnica, el autor indica que “la función del analista era, pues, adivinar a través de las asociaciones libres (de estos «derivados») los impulsos infantiles reprimidos, y comunicar lo que había adivinado al enfermo” (Racker, 1960, 21)[el subrayado es nuestro].
Otro autor es el mismo Ferenczi; en la conferencia que dio en la Sociedad Húngara de Psicoanálisis, que conocemos como Elasticidad de la técnica psicoanalítica, leemos: “Si conseguimos, ayudados de nuestro conocimiento, formado por la disección de numerosos psiquismos humanos y sobre todo por la disección de nuestro Yo, hacer presentes las asociaciones posibles o probables del paciente que él todavía no percibe, podemos adivinar [6] no sólo sus pensamientos estancados sino también las tendencias que son para él inconscientes, al no tener que luchar contra las resistencias como él debe hacerlo. Si al mismo tiempo permanecemos atentos a la fuerza de la resistencia, no nos será difícil tomar la decisión de la oportunidad de una comunicación y de la forma que debe revestir” (Ferenczi, 1928, 61-62).
Finalmente, la otra referencia es el trabajo de Theodor Reik, El psicólogo sorprendido. De adivinar y comprender procesos inconscientes, en el cual hace bastos e interesantes desarrollos sobre el trabajo del psicoanalista. Fue justamente en el título original en alemán de este trabajo que dimos con el término erraten.
El recurso al término de colegir no es para recurrir a una intelectualidad o erudición sobre la obra freudiana, ni mucho menos pretender originalidad, pues otros anteriormente han señalado la existencia de este término o paraconcepto [7] en Freud. Recurrimos a él porque encontramos que se pueden desprender al menos dos líneas de reflexión: una de ellas muestra de forma explícita algo del trabajo que opera en lo psíquico del analista enriqueciendo la idea de exigencia de trabajo que encontramos en el pensamiento en Laplanche. La otra línea de reflexión nos lo muestra como un complemento y un articulador de la forma de trabajo que se realiza tanto en la clínica como en la metapsicología. En la primera, a partir de ir coligiendo en las asociaciones de los analizados las relaciones significativas aún antes que se las pueda conocer y demostrar ; en la segunda, en los mismos conceptos en el trabajo de la obra siguiendo el método psicoanalítico indicado por Laplanche para interpretar a Freud con Freud. Colegir, para poder interpretar.
Derivado de esto último, quedan algunas preguntas para trabajar. Si acordamos con Freud y otros psicoanalistas que se colige de las libres ocurrencias, ¿qué lugar ocupa la consigna de Freud según la cual el analista escucha con su propio inconsciente el inconsciente del paciente? ¿En el caso anterior, de qué inconsciente hablaba Freud, que podría escuchar, colegir y elaborar para ser comunicado? Con miras a la simplicidad digamos que en psicoanálisis se ha reconocido la existencia de diversos inconscientes. Desde los argumentos de Freud en El yo y el ello, pasando por las observaciones de Laplanche en su curso de La referencia al inconsciente o en Breve tratado del inconsciente, hasta ese último desarrollo de Tres acepciones de la palabra «inconsciente» en el marco de la teoría de la seducción generalizada, encontramos puntos de partida para buscar respuestas.
Por último y no menos importante, ¿existe relación entre el colegir en Freud y la abducción, término que se asocia a Charles S. Perice? Sobre esto último, varios han avanzado en diversas líneas, empezando por el historiador Carlo Ginzburg (1983 y 1986), que mostró, a partir de la comparativa de los métodos de Freud, Morelli y el personaje de Sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes, similitudes entre ellos, el seguir indicios. Más trabajos existen en esa línea.
Valgan estas líneas como muestra de gratitud a lo que de Laplanche hemos aprendido y nos hemos apropiado. Seguir trabajando la teoría y la clínica con la exigencia del método freudiano, siguiendo el camino que él mostró, es también un trabajo de cultura, al igual que alguien alguna vez dijo, como el desecamiento del Zuiderzee.
Notas
[1] Texto presentado en el I Coloquio Iberoamericano “Jean Laplanche”, el 22 de septiembre de 2024.
[2] Sobre este punto, remitimos a las entradas pertinentes del Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, al trabajo de Michel Tort, El concepto freudiano de representante, y Problemáticas IV. El inconciente y el Ello, de Laplanche. En ellos se encontrarán desarrollos sobre las razones para diferenciar los términos alemanes: Vorstellung, Repräsentant, Repräsentanz.
[3] Agradezco a Lionel F. Klimkiewicz el haber hecho de mi conocimiento la existencia de este trabajo.
[4] Es el caso del libro de un tal Profesor Renato J. Piccardi, que lleva por título Ciencia y adivinación. En él se incluye un apartado titulado “Entre la adivinación y el psicoanálisis” y que éste último no guarda relación alguna con el término de adivinación usado en el contexto que estamos trabajando, en las traducciones psicoanalíticas.
[5] Moreau (1976), Devereux (1974) y Pierri (2023).
[6] Contamos con dos traducciones al español, de gran parte de la obra de Sándor Ferenczi. La traducción de Espasa-Calpe, que fue hecha de la traducción francesa al español, elige traducir “adivinar”, la otra traducción, la realizada por editorial Hormé, tomada del inglés y vertida al español, opta por traducir “conjeturar”; en esta última se lee: “estamos en condiciones de conjeturar no sólo los pensamientos que éste no expresa, sino también las tendencias que mantiene inconscientes” (Ferenczi, 1928, 91 y 92). En el texto fuente de traducción en inglés dice “are able to conjecture (Ferenczi, 1928c, 89)”.
[7] Cf. (Laplanche, 1993, 40 y 41).
Referencias bibliográficas
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